martes, 4 de septiembre de 2007

Diario

Imagen: Lestat de dany&dany




Lestat de Lioncourt




Me sentía extraño, perdido, en medio de las calles. No reconocía el lugar donde me hallaba, todo era demasiado diferente a mi ciudad y yo no recordaba ningún viaje. Mis pasos resonaban sobre los adoquines. Hasta ese instante no me había percatado de mi ropa, era distinta a la habitual en mi época y hubiera jurado que era del siglo del romanticismo o ilustración. Me quité el abrigo y contemplé una camisa con chorreras junto a un chaleco bien ceñido. Mis zapatos eran pequeños botines y llevaba medias bajo los pantalones ajustados. Llevé mis manos a mi cabeza y descubrí que mis cabellos alborotados estaban atados en un simple lazo, para luego ver los mechones rubios cayendo sobre mi blanca frente. Comencé a reír como un maniaco, aquello me daba demasiado miedo y esto me producía un ataque de risa compulsiva. Entonces noté mis colmillos, habían crecido, y comencé a correr por entre los callejones. Descubrí que no estaba en la vieja Europa, sino en Nueva Orleáns.

La noche era tan tupida como un manto de raso negro, sin embargo se podían ver las estrellas con total claridad. El aire era fresco y delicado a la vez. No había nadie caminando a esas altas horas, solo ladrones y borrachos. Estaba cumpliendo uno de mis deseos, ser un vampiro y tan hermoso como Lestat, creí que era un sueño más y debía disfrutarlo. La sed corroía mis venas, aullaba en mis entrañas, y mi oído se perfeccionaba para buscar a la victima ideal. Fue un ladrón que había violado a más de una dama en medio de la madrugada, también era el chulo que prostituía a su propia mujer, así que le di muerte. Fue brutal, mágico y seductor. Su sangre en mi garganta, mis labios sobre su mugrienta garganta y mis manos aferrándose fuertemente a su cuerpo. Aquello fue espectacular, desee más pero estaba saciado.

Cuando creí que mis emociones habían concluido observé a una niña de no más de seis años, caminaba rápidamente hacia mí y se aferró a mis piernas. Ella era Claudia, mi hermosa hija, la cual siempre había amado y odiado a la vez por su intento de dar muerte a Lestat. Lo comprendí todo, yo ahora era él y no solo ostentaba el nombre por mi parecido. Louis apareció a lo lejos, paseaba con su amplia capa y sonreía. Cerré los ojos y sonreí. Entonces la escena cambió y me vi frente al teatro de la avenida du Temple. Armand se enfurecía con Nicolás, hablaba de que sus locuras la pagarían todos. Sin embargo mi amado violinista danzaba sin cesar sobre las tablas, se burlaba del pelirrojo y mascullaba palabras ininteligibles. Yo reí a la vez que él lo hacía, desvié la mirada al suelo y al elevarla estaba frente a Akasha. Estábamos en la casa de mi padre, tan derruida, mientras me susurraba Matalobos. Un escalofrío erizó mi piel y me hizo tragar saliva frotándome mi cansada vista. Y en ese mismo segundo sentí los brazos de Marius, estaba a mi lado, susurrándome que era un loco que se lamentaría de no tener reglas en su juego. Sus labios se apoderaron de mi boca, capturó mi aliento, sintiendo que todo bajo mis pies se quebraba. Caí en un sueño profundo y al despertar estaba junto a Memnoch frente a un tablero.

-¿Quieres empezar tu historia desde cero?-Murmuró.

-¿Cómo?-Dije aturdido.

-Arreglar lo que “Madre” destrozó.-Susurró.

-¿A cambio de qué?-Interrogué viendo como hacía jaque mate a mi rey.

-De que me ames a mí.-Murmuró tomándome del rostro.

-Lo siento, mi “Marius” me espera insatisfecho en nuestro lecho esperando que lo haga mío.-Dije y tras ello me encontré en mi cama. Él estaba allí aún en brazos de Morfeo. Le aparté sus cabellos del rostro y besé dulcemente sus labios. Era más importante mi hermoso Alessandro que cualquier aventura como el verdadero Lioncourt.

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