¿Qué es un ángel?
Sé como es la imagen que tienen todos, hermoso querubín de rizos dorados y mirada dulce...demasiado aniñado.
Para mí un ángel es un guerrero, un hombre de pasos pensados al andar y de fortaleza. No es un gran amigo de la verdad, es aliado de si mismo y de nadie más. Egoísta, prepotente y estratega. Sabe luchar, no proteger. Sus alas cubren viejas heridas infestadas por el dolor, la amargura o el sinsentido de su memoria.
En definitiva un ángel es un demonio a las ordenes de un Dios en el que no cree...Nadie puede creer en alguien que deja su creación sin finalizar, que abandona sus proyectos y que pide que otros obren bien cuando él jamás lo hizo...es absurdo.
Una vez conocí a uno. Yo viajaba en el tren, el trayecto se me hacía eterno. Normalmente cuando viajo llevo mi portafolio, allí garabateo historias o defino mis ideas. Me encanta dibujar a mano alzada, dejar momentos impresos en simples palabras o mirar viejos relatos. Mi espalda estaba totalmente apoyada en el asiento, mi mirada admiraba la línea difusa del paisaje en el horizonte y mis manos jugueteaban con el bolígrafo. Entonces noté que alguien ocupaba el asiento contiguo, me miraba y sonreía.
Era un hombre de unos veinte años, cabellos alborotados, ropa oscura y de tendencia gótica. Su rostro era un enigma en sí. Sus labios eran tenuemente gruesos, rosados y deseables, mientras que sus ojos de un fulgor verde hechizaban y paralizaban a quien se fundía en ellos. Jugueteaba con un cigarrillo apagado, parecía necesitar la nicotina, mientras intentaba curiosear lo que tenía escrito. Sobre sus piernas había una mochila y de ella sobresalía un libro, era “cómo dejar de creer en Dios y no morir en el vacío”.
Sabían que muchos al dejar de creer en la religión y con ello en los dioses, sea cuales sean, se sienten profundamente deprimidos…pues si no lo sabían, ahora sí. Él parecía no necesitarlo. Entonces nuestras miradas se cruzaron, extendió su mano y sonrió.
-Me llamo William.-Dijo con voz tenue, un tono de voz especial que se suele usar para confidencias.-¿Te gusta mi libro?-Interrogó.-Lo hice yo.-Tomé su mano y asentí.-No eres muy hablador, pero veo que sabes componer buenos poemas.-Me ruboricé y aparté su mirada de él.
-Yo me llamo Eric.-Susurré.-Soy poeta novato y también dibujo.-Mascullé dejando que mi labio temblara, debí parecerle un idiota.
-¿Eres tímido?-Preguntó.
-No.-Era cierto, no tenía ni una pizca de timidez. Lo que sucedía es que era arrebatadoramente hermoso, y yo me veía inferior.
-Pues aparentas serlo.-Masculló aproximándose a mí, sentí su aroma y eso me hizo desear abrazarlo.
-No suelo hablar con extraños.-Dije.
-Eso es ser tímido.-Sonrió.
Extrañamente minutos después estábamos en los servicios, me besaba y yo dejaba que me poseyera sin ningún control. Dejé que tomara mi cuerpo y que moridera mi cuello. El deseo me llenaba, era un alimento que jamás había probado y me quitaba la necesidad de todo. Perdí el contacto con el mundo. Cuando su esencia se derramó en mí aparecieron sus alas, grises y hermosas. Rió un segundo, me dio un beso en la mejilla y se desvaneció.
Como ven los ángeles…no son como los pintan en las iglesias.
Sé como es la imagen que tienen todos, hermoso querubín de rizos dorados y mirada dulce...demasiado aniñado.
Para mí un ángel es un guerrero, un hombre de pasos pensados al andar y de fortaleza. No es un gran amigo de la verdad, es aliado de si mismo y de nadie más. Egoísta, prepotente y estratega. Sabe luchar, no proteger. Sus alas cubren viejas heridas infestadas por el dolor, la amargura o el sinsentido de su memoria.
En definitiva un ángel es un demonio a las ordenes de un Dios en el que no cree...Nadie puede creer en alguien que deja su creación sin finalizar, que abandona sus proyectos y que pide que otros obren bien cuando él jamás lo hizo...es absurdo.
Una vez conocí a uno. Yo viajaba en el tren, el trayecto se me hacía eterno. Normalmente cuando viajo llevo mi portafolio, allí garabateo historias o defino mis ideas. Me encanta dibujar a mano alzada, dejar momentos impresos en simples palabras o mirar viejos relatos. Mi espalda estaba totalmente apoyada en el asiento, mi mirada admiraba la línea difusa del paisaje en el horizonte y mis manos jugueteaban con el bolígrafo. Entonces noté que alguien ocupaba el asiento contiguo, me miraba y sonreía.
Era un hombre de unos veinte años, cabellos alborotados, ropa oscura y de tendencia gótica. Su rostro era un enigma en sí. Sus labios eran tenuemente gruesos, rosados y deseables, mientras que sus ojos de un fulgor verde hechizaban y paralizaban a quien se fundía en ellos. Jugueteaba con un cigarrillo apagado, parecía necesitar la nicotina, mientras intentaba curiosear lo que tenía escrito. Sobre sus piernas había una mochila y de ella sobresalía un libro, era “cómo dejar de creer en Dios y no morir en el vacío”.
Sabían que muchos al dejar de creer en la religión y con ello en los dioses, sea cuales sean, se sienten profundamente deprimidos…pues si no lo sabían, ahora sí. Él parecía no necesitarlo. Entonces nuestras miradas se cruzaron, extendió su mano y sonrió.
-Me llamo William.-Dijo con voz tenue, un tono de voz especial que se suele usar para confidencias.-¿Te gusta mi libro?-Interrogó.-Lo hice yo.-Tomé su mano y asentí.-No eres muy hablador, pero veo que sabes componer buenos poemas.-Me ruboricé y aparté su mirada de él.
-Yo me llamo Eric.-Susurré.-Soy poeta novato y también dibujo.-Mascullé dejando que mi labio temblara, debí parecerle un idiota.
-¿Eres tímido?-Preguntó.
-No.-Era cierto, no tenía ni una pizca de timidez. Lo que sucedía es que era arrebatadoramente hermoso, y yo me veía inferior.
-Pues aparentas serlo.-Masculló aproximándose a mí, sentí su aroma y eso me hizo desear abrazarlo.
-No suelo hablar con extraños.-Dije.
-Eso es ser tímido.-Sonrió.
Extrañamente minutos después estábamos en los servicios, me besaba y yo dejaba que me poseyera sin ningún control. Dejé que tomara mi cuerpo y que moridera mi cuello. El deseo me llenaba, era un alimento que jamás había probado y me quitaba la necesidad de todo. Perdí el contacto con el mundo. Cuando su esencia se derramó en mí aparecieron sus alas, grises y hermosas. Rió un segundo, me dio un beso en la mejilla y se desvaneció.
Como ven los ángeles…no son como los pintan en las iglesias.
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