Alza tus alas y fija tu mirada en el cielo
Piensa en todo lo que ha ocurrido en este tiempo
Siéntete a gusto contigo mismo y descansa
Mientras la lluvia sobre tu cuerpo danza
Mi dulce ángel deja los infiernos
Muéstrame con tu dedo el camino a lo eterno
Sé amable y dame lo que te pido
Sé bueno conmigo hermoso mío
Esas fueron tus palabras, tú cántico infernal que te abrió las puertas de la muerte y la antesala de los infiernos. Allí, en el páramo te esperaba el esqueleto riéndose de ti y danzando. Para luego convertirse todo en un campo de rosas silvestres, de hermosas encinas y coloridas flores campestres. La vida volvió a ti, corrió por tus venas y calentó tu cuerpo. Tu mirada se volvió intensa, regresaste a mis brazos y sonreíste. A partir de aquí fuiste mi ángel de los infiernos, te llevé a ellos y te sodomicé en mi cama. Te despojé de la ropa con rapidez, te miré excitado y lamí tu cuello. Te estremecías, confesabas que me necesitabas y en tu vientre corría el placer por cada centímetro de tu piel. Eras tan hermoso, arrebatadoramente hermoso. Mis alas se movían ágilmente cubriéndonos. Parecías encantado con mi forma de ángel infernal, sonreías ante las plumas que brillaban bajo la luz tenue del azufre. Tus piernas se alzaron, mi miembro se puso firme y entré sin miramientos. Gritaste, pediste clemencia cuando con tu mirada pedías violencia sexual. Mi ritmo comenzó a ser demencial, imposible de resistir y comenzaste a gemir aferrándote a mí. Mis alas te rodearon, acariciaron tu espalda y mi mirada felina impactó en la tuya. Eras inocente y te convertí en un pecador, en parte de un rito ancestral llamado deseo y pasión.
Devoré tu alma en un sacramento de amor, vertí mi sangre sobre tu boca sedienta de mí y dejé que mi esencia fluyera por tus piernas. Sonreí y mi risa burlona caldeó el ambiente. Había derrotado a Dios tomando a uno de los suyos, a un hombre consagrado al boto más sagrado… había traído a mí a un esclavo de la carne, a un cura envenenado por el deseo de mi cuerpo. Volvía a jugar en el borde de las reglas, a tener lo que deseaba y a sentir placer entre mis piernas. Era tan hermoso, demasiado joven y apuesto para ser podrido entre cánticos y oraciones. Limpié con mi lengua cada recodo de su figura, él aún temblaba aferrado a un crucifijo que le arranqué con ira tirándolo al suelo. Lo dejé en mi camastro de pétalos de rosas y sábanas perfumadas de placer. Desnudo, excitado y necesitándome clamaba mil veces mi nombre…sí CLAMABAS MI NOMBRE.
Ahora caro mío, dulce y hermoso elegido…gobiernas conmigo los infiernos.
Piensa en todo lo que ha ocurrido en este tiempo
Siéntete a gusto contigo mismo y descansa
Mientras la lluvia sobre tu cuerpo danza
Mi dulce ángel deja los infiernos
Muéstrame con tu dedo el camino a lo eterno
Sé amable y dame lo que te pido
Sé bueno conmigo hermoso mío
Esas fueron tus palabras, tú cántico infernal que te abrió las puertas de la muerte y la antesala de los infiernos. Allí, en el páramo te esperaba el esqueleto riéndose de ti y danzando. Para luego convertirse todo en un campo de rosas silvestres, de hermosas encinas y coloridas flores campestres. La vida volvió a ti, corrió por tus venas y calentó tu cuerpo. Tu mirada se volvió intensa, regresaste a mis brazos y sonreíste. A partir de aquí fuiste mi ángel de los infiernos, te llevé a ellos y te sodomicé en mi cama. Te despojé de la ropa con rapidez, te miré excitado y lamí tu cuello. Te estremecías, confesabas que me necesitabas y en tu vientre corría el placer por cada centímetro de tu piel. Eras tan hermoso, arrebatadoramente hermoso. Mis alas se movían ágilmente cubriéndonos. Parecías encantado con mi forma de ángel infernal, sonreías ante las plumas que brillaban bajo la luz tenue del azufre. Tus piernas se alzaron, mi miembro se puso firme y entré sin miramientos. Gritaste, pediste clemencia cuando con tu mirada pedías violencia sexual. Mi ritmo comenzó a ser demencial, imposible de resistir y comenzaste a gemir aferrándote a mí. Mis alas te rodearon, acariciaron tu espalda y mi mirada felina impactó en la tuya. Eras inocente y te convertí en un pecador, en parte de un rito ancestral llamado deseo y pasión.
Devoré tu alma en un sacramento de amor, vertí mi sangre sobre tu boca sedienta de mí y dejé que mi esencia fluyera por tus piernas. Sonreí y mi risa burlona caldeó el ambiente. Había derrotado a Dios tomando a uno de los suyos, a un hombre consagrado al boto más sagrado… había traído a mí a un esclavo de la carne, a un cura envenenado por el deseo de mi cuerpo. Volvía a jugar en el borde de las reglas, a tener lo que deseaba y a sentir placer entre mis piernas. Era tan hermoso, demasiado joven y apuesto para ser podrido entre cánticos y oraciones. Limpié con mi lengua cada recodo de su figura, él aún temblaba aferrado a un crucifijo que le arranqué con ira tirándolo al suelo. Lo dejé en mi camastro de pétalos de rosas y sábanas perfumadas de placer. Desnudo, excitado y necesitándome clamaba mil veces mi nombre…sí CLAMABAS MI NOMBRE.
Ahora caro mío, dulce y hermoso elegido…gobiernas conmigo los infiernos.
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