domingo, 7 de octubre de 2007

Diario/ Gay de Closset











Te aparté del resto del mundo en una habitación fría y poco acogedora, tan sólo había una cama y una ventana junto a una mesilla de noche. La luz era tenue y tú temblabas a expensas de que te robara el alma. Ni en tus más terribles sueños hubieras podido creer que yo apareciera ante ti. Había viajado mucho, demasiado, durante largo tiempo para poseerte esa misma noche. Besé tus labios y tú buscabas un anclaje para no caer. Tengo un tamaño superior a ti, un tamaño que te envuelve y abraza haciendo que sientas insignificancia. Tus cabellos azabaches, tu mirada café desconcertada y tus labios titubeantes tenían miedo de mis caricias. Siempre has sido un inútil, un cobarde, pero esta vez yo te impregnaría de un toque distinto al pavor. Te desnudé violentamente, rompí tus vestiduras e hice añicos los botones de la camisa.

El mismísimo demonio abría sus alas ante ti y tú te hiciste devoto olvidando lo que dijiste. Tus pulsaciones se aceleraban, tenías un jadeo constante y la respiración era por entonces imposible. Te besaba, mordía tu cuello y tu clavícula mientras mis manos viajaban entre tus nalgas. Masajeaba tu interior de pie, frente a frente, y luchabas por alejarte de mí, aunque clamabas sentirme profundamente en tus entrañas. Aparté mis manos de ti, mi figura de la tuya y sonreí al ver tu rostro excitado deseando que te golpeara con el impulso de mis caderas. Acabé por arrojarte a las sábanas y caer sobre ti como un jaguar sobre su presa. Dejé que mi aliento caminara sobre tu rostro, tus ojos se abrían al igual que tu boca. Entre tus piernas había una excitación excesiva y no podías mentir. Recorrí entonces tu cuello con mi lengua, pequeños lametones felinos que te estremecían para acompañarlos por el roce de mis labios. Las yemas de mis dedos acariciaban tu torso, pellizcaban y masajeaban tus pezones, recorría tu rostro como un hombre ciego o simplemente jugaba bajo tus testículos.





Gemías, gritabas que era tuyo y te morías por sentirme; sin embargo deseaba que sufrieras, que sintieras que no debiste negarme y luego maldecirme. Soy el demonio del placer, el ángel de la dulce condena y tu maestro del sexo. La cama sostenía nuestros dos cuerpos sobre el colchón. Las sábanas se iban manchando con el sudor y tus cabellos se pegaban sobre tu frente. Bajé mi boca hasta tu miembro, palpitaba y estaba erecto. Me sumergí entre tus piernas, sumergí tu sexo entre mis humedecidos labios. Mi lengua se enroscaba en aquel trozo de carne, carne de piel sensible y músculo endurecido. Mi saliva se deslizaba por tu dermis, mis uñas se clavaban en tus nalgas y tú me acariciabas los cabellos mientras pedías más. Los movimientos de mi cabeza te volvían loco, un animal salvaje, y yo gozaba con verte necesitarme. Dejaste que tus fluidos cayeran en mi garganta, que llenara mis fauces y yo sonriera encantado. Me posé sobre ti nuevamente, mordí el lóbulo de tu oreja izquierda para luego hacerlo mismo con la derecha.

Te supliqué que te dieras la vuelta, lo hiciste y posé las palmas de mis manos sobre tu espalda. El masaje te excitaba y erizaba tus vellos, sobretodo cuando mi lengua se adentró en tu recto. Tu voz se ahogaba con el placer y ya no pude más, entré en ti. Te hice levantarte, arquear tu espalda y sodomizarte con mi deseo. Me movía rápido, seguro de mi mismo, como un emperador sobre sus dominios. Era una danza ancestral lo que allí sucedía. Por primera vez entendías que era la libertad, olvidabas tu falsa fachada y te desinhibías como un borracho frente a una nueva copa. Te empujaba con ira, con deseo, con desesperación y tú tan sólo gritabas. Pedías que te rompiera, que te atravesara con mi daga y eso hice. Me adentré por completo, toda la superficie de mi espada se clavó en tus entrañas y te quedaste sin aliento. Mi caliente esencia se vertió entre las paredes de tu trasero, golpeé ambos lados y mordí tu hombro; entonces salí de ti, de tu figura tambaleante y sudosa.





Bajé del colchón y te vislumbré como una obra perfecta. Estabas tumbado bocabajo, aferrado a la almohada con la vista perdida, y comenzaste a masturbarte. Aún querías más, no tenías límite. Te giré y adentré mis dedos en ti, los giré lentamente y te viniste. Buscaste entonces mis labios, besos delicados y suplicaste que no te abandonara. Lo que no sabías es que esa vez sería la primera y la última, no me gusta andar con personas cobardes que no saben apreciar lo que se le entrega en bandeja de plata.

En este preciso instante camino por la ciudad, te he dejado en aquel hotel y la lluvia cae sobre mí. Te amo, si bien tú no te amas ni a ti mismo y te temes. Odio estar con seres autodestructivos y cobardes, soy demasiado guerrillero para soportar tus lamentos. Espero que te des cuenta, que emerjas de tu necedad acoplada al sentido de la normalidad que tanto gusta. Dices que no te avergüenzas de mí, que me quieres, que no ves nada malo en lo que hago o siento…si bien para ti es un tormento y una monstruosidad. Ojala te des cuenta de lo que eres porque así vida mía jamás serás feliz.

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{Iwaki and Katou} <3 [Tócame]

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