sábado, 3 de noviembre de 2007

Diario






Teatro Demasiado Real










Aquella mirada me hacía sentir escalofríos, eran unos ojos inquietantes y de pétreo color. El ser que portaba esas impactantes pupilas era un muchacho de piel clara, labios jugosos y ropas oscuras. Estaba sentado al final de la cafetería con un periódico en sus manos que no leía, puesto que me miraba a mí haciéndome temblar. Era una sensación de impotencia por culpa de su seducción, furia animal y a la vez melancolía que se reflejaba en un brillo extraño. Se puede decir que eran los ojos de un anciano que intenta seguir siendo un niño mientras lucha por sobrevivir. Interpretábamos una obra nueva que algunos políticos deseaban censurar, La Iglesia estaba totalmente en contra y cientos de morbosos anhelaban contemplarla. El tema era algo jugoso y estaba de actualidad, siempre lo estará. La homosexualidad, la religión, la sociedad y los juicios de insensatos son un tema frecuente en una vorágine llamada vida.

La historia en sí consistía en un joven bohemio trabajador en todo y nada, con una maravillosa afición y vicio que es la poesía. Un poeta más, un poeta menos, y con el tópico de homosexual. Sin embargo aparenta ser un hombre airado, huraño, seco, adicto a las mujeres y al tabaco. Los hombres con los que ha estado han sido chicos de vida fácil, prostitutos, y jamás ha salido del armario. Odia la iglesia, aborrece todo lo que escupen sobre Dios aunque en un reducto de su corazón vive un agnóstico. Los personajes que acompañan a este nuevo y renacido Max Estrella de la plazuela de enfrente, son tan degradados como él. El coprotagonista, encarnado por mí, es un joven prostituto que intenta vender por primera vez su cuerpo a un desconocido. En una fría noche de diciembre, pluviosa, donde todo el mundo esta en casa junto a sus familias celebrando la navidad y él celebrando que comienza su carrera en la calle. El papel me venía grande, lo sabía; pero sin embargo el chico era dulce y bastante tímido, se puede decir que me enamoré del papel.

Y allí estaba yo el primer día de ensayo con mis diálogos aprendidos, mi cuerpo trémulo y las ganas de salir corriendo. Aquel hombre realmente asustaba e íbamos a ensayar una de las escenas principales de la obra. Quería ver el director si teníamos buenas vibraciones, si nos adaptábamos y si podríamos soportarnos. La escena se desarrollaba en una especie de cafetería después de haber tenido varios encuentros, debíamos parecer fríos y no alertar lo que éramos. Luego las luces disminuirían de intensidad en todo el escenario hasta quedar tan sólo prendido un foco donde nos encontrábamos. Debía caminar hasta él y sentarme a su lado, como hice, comenzando el diálogo mientras mascaba chicle.

-Ya estoy aquí como dije.-Comenté apoyando el codo izquierdo sobre la mesa para juguetear con mi flequillo, con la mano de ese mismo brazo.

-Creí que no aparecerías.-Dijo apartando el periódico y entonces le vi por completo. ¿Cómo un hombre como él no deseaba una obra mejor? Entonces caí en la cuenta de que la polémica le traería fama temprana.

-Por dinero uno hace cualquier cosa.-Respondí tras sacar mi chicle de la boca y guardarlo en un papel.

-Lo sé, incluso vender el alma al diablo.-Comentó sonriendo encantadoramente con ironía, pues él era el diablo.

-Esta vez quiero algo más de dinero, ando escaso.-Siempre andaría escaso ya que era un joven enganchado a la cocaína. No comía por tener dinero para un chute, aunque eso le traía sin cuidado al ser anoréxico.

-¿Cuánto?-Preguntó sacando el dinero para el café.

-Mi trabajo le gusta ¿no?, quiero treinta euros más.-Susurré dejando mis cabellos para apoyar ambos codos sobre la mesa.

-Eso son casi veinte mil de las de antes por un maldito.-Dijo algo molesto sin alzar la voz, me miró intensamente y sentí que quería matarme por lo que había hecho. Sin duda era un gran actor, era loable como se introducía en la piel del poeta.

-¿Un maldito qué? ¿No se atreve?-Dije molestándolo.

-No, dejémoslo ahí.-Respondió tomando un sorbo de la taza que tenía a su derecha.

-¿Vamos a su casa o al hotel?-Pregunté.

-Al hotel.-Dijo dejando a un lado la taza.

-¿A qué esperamos?-Susurré tocándome la nariz y respirando profundo para después sonreír amablemente.

-A que termine de tomar mi café.-Quería dar la impresión de nerviosismo, de necesidad de droga y de olvidarme de mí trabajo unos minutos. Él debía pasarme, como hizo, una nota con unos garabatos pero en realidad tenía líneas de lírica.

-¿Qué es esto?-Pregunté.

-Me inspiraste para hacer un poema.-Respondió jugueteando con la cucharilla en la taza.

Pequeño ángel de la misericordia

Estorbo de la humanidad maldita

Que vive en desequilibrio cada día

Susurrando de la Biblia su última cita

Versos inesperados de demonio enjaulado

Hijo de los infiernos, poeta encadenado

A la triste parodia de un prostituto descarado

Que en realidad es inocente a la vez que enganchado

A las alas de una irrealidad dolorosa

Que en sus yagas hierve y reposa


-Esto no me sirve para nada.-Dije algo sonrojado, no por la interpretación sino porque me había metido en la piel del protagonista. En ese instante ya debía estar enamorado de su cliente.

-¡Prefecto!-Dijo el director poniéndose en pie.-Sois geniales para los personajes.-Comentó desde la sala de butacas mientras se dirigía a los tablones.

Durante meses estuvimos mostrando la obra y las escenas de cama se hacían sin ropa. En algunas ocasiones me sonrojaba y coartaba porque mi miembro se erectaba. Por lo que conocí a mi compañero era un poeta de verdad, el directo lo encontró en una cafetería como aquella y decidió admitirlo como personaje principal. A mi me captó un día en el que decidí salir del armario y enfrentarme a un grupo de intolerantes en manifestación.

-Héctor quiero hablar contigo.-Susurré entrando en su camerino. Entonces lo hallé tumbado en el sofá llorando. Tenía todo el lugar lleno de poemas, folios y folios decoraban el suelo.-¿Hector?-Dije preocupado por su estado.

-Lo siento, no puedo más. Esta obra me esta abriendo la herida que creía sellada.-Susurró.

-¿Herida?-Dije sentándome a su lado.

-Soy el creador de la obra, el director es amigo mío y el chico que interpretas existió realmente.-Comentó incorporándose.

Después de esto hablamos pausadamente. El final de la obra era que el muchacho moría por sobredosis. Quedé en shok y no supe reaccionar hasta que sus besos comenzaron a despertarme.

-Te pareces a él.-

Sé que en estos momentos por dignidad cualquiera hubiera razonado, parado los pies y haberse marchado, pero yo seguí el beso con deseo. Sentí sus manos sobre mis caderas y bajo mis prendas mientras notaba que me recostaba en el sofá. En unos instantes quedamos desnudos. Él me quitó la camisa con rapidez para recorrer mi torso con su lengua, su aliento y el roce de sus labios. Yo simplemente me dejaba llevar. Sus dedos jugaban sobre mis nalgas, entre ellas, sobre mi miembro y acababan seduciendo mi pecho. Su boca sobre mi vientre me enloquecía, sobretodo cuando su lengua jugaba con mi ombligo y sonreía encantado ante mi carne trémula. Su miembro rozaba el mío y mis muslos hasta que se introdujo en mí, sin preservativo y en ese instante no me importaron. Una embestida profunda y lenta me rompió en dos para que luego fuera acelerando el ritmo. Mi boca buscaba la suya, gemía y él jadeaba. Me aferraba a su cuerpo, a sus brazos o a su cuello, mientras mis piernas se abrían más elevándose. Su lengua recorría mi cuello, mordía bajo el mentón y besaba dulcemente los lóbulos de mis orejas para luego mordisquearlos. No tardé en dejar que mi esencia se liberara, él también lo hizo en mí.

Los siguientes días fueron esquivos. Normalmente no tenía tiempo para hablarme, hasta que en la última jornada me besó. Comenzamos a salir y yo sentía flotar, después supe que ambos estábamos enfermos de SIDA y a él le quedaba poco tiempo a mi lado. En estos instantes estoy tecleando estas palabras en un portátil. Estoy en el hospital, tratándome, y él hace más de tres años que yace en el cementerio. Yo no quería hacerlo, es más, me negué en rotundo porque me quería ir con él. He intentado suicidarme varias veces, pero no me han dejado. Se contagió por culpa de ese prostituto que tanto amó hasta el último día de su vida. Él no me amaba, era un vulgar sustituto y sé que su último recuerdo fue para él. Sufría celos cuando colgaba sus fotografías por la casa o me comparaba en cada gesto que hacía. Yo intentaba amoldarme a él, ser como ese personaje que encarné y sobrevivir a mi amor. Esta es mi historia y no creo que haya nada más que contar, tan sólo que he sido un hombre feliz a pesar de que moriré antes de cumplir los treinta.

1 comentario:

Francisco Joaquín Marro dijo...

me gusta esa fantasia.... es decir la caja china dentro de la historia de los actores..yo mismo a veces fantaseo como taxi boy y me pregunto cuanto ganaria, pero eso no pasa de un chiste.... buen relato ¿de verdad te ocurrio?

{Iwaki and Katou} <3 [Tócame]

LA HOMOSEXUALIDAD NO ES UNA ENFERMEDAD

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