Ciudad del Mañana
Sebastián dejó que el roce de aquellos labios se intensificara, las manos de Marcus se posaron en su rostro y él cerró los ojos intentando pensar detenidamente qué sucedía. Los dedos fríos de aquel mutante aleonado marcaban los pómulos del otro felino mientras pensaba como desnudarlo y sodomizarlo a su lujuria. Sus lenguas se desnudaban en el placer haciendo que ambos olvidaran a qué habían ido a aquel lugar. Ambos se levantaron de aquel rincón para quedar de pie apoyados en la pared. Aquel moreno de corte elegante y sensual, temblaba entre las manos de aquel demonio que le arrancaba las ropas y aplastaba contra el muro de carga. Tenía el torso de aquella pantera a su merced, un torso de piel clara y sin demasiada musculatura. Era delgado, aparentaba tener algo más que el chasis, pero sin embargo era un hombre frágil. Marcus comenzó a arremeter con lamidas, mordiscos y caricias mientras él tan sólo se dejaba guiar. Jamás había echo aquello, era su primera vez y se denotaba en su pasividad. La rodilla de aquel león se posó sobre la entrepierna de Sebastián e hizo que perdiera el poco lazo con la realidad para luego gemir. Un gemido profundo recorrió la habitación mientras las caricias se volvieron más certeras. Aquellas dos figuras envueltas en una llama de pasión asustaba, pues imaginen a dos animales en celo de esas características unidos en un lazo. Qué lejana quedaba la silla donde se había sentado y su serenidad, qué lejano todo y que cerca estaba el abismo; sin duda eso pensaba Sebastián cuando se dejaba seducir por aquel felino alocado. Cuando quiso reaccionar estaba desnudo y su verdugo también, lo llevaba hacia una mesa y lo aplastaba sobre aquel mueble. Notó como le abrían las piernas, como acariciaban su miembro y jugaban en su interior con esmero hasta percibir aquel vigoroso porte. Lo tomó como a un muñeco, un vulgar pelele entre sus garras. Marcus parecía fuera de sí y su placer comenzaba a ser mutuo. Los jadeos y súplicas se prolongaron durante minutos para ser un gemido sonoro de Sebastián el que finalizaría su entrega. Después de que su compañero cayera en la satisfacción plena, él se unió dejando que su esencia se vertiera entre las piernas de su adorado felino.
En ese instante no sabía qué hacer y si lo que había hecho realmente le había apetecido. Simplemente se quedó pegado sobre la mesa con las piernas abiertas y el ritmo cardiaco acelerado. Marcus le contemplaba mientras se sentaba en el sillón y le llamaba con la mirada, a lo que él asintió como un mero esclavo. Se recostó sobre las piernas de aquel triunfal león y le rodeó la cintura con sus brazos. Parecía el rey de aquella selva tóxica, contaminada con ideas nazis y orgullo indeseable. Se podía decir o exclamar que había domado a una fiera para complacerse.
-Podemos abandonar la manada, ahora podemos hacerlo juntos.-Murmuró Sebastián mientras acariciaba el vientre liso y marcado de su compañero.
-No lo haremos, no puedo dejar a Eric con Egea, ella no es madre de sus cachorros y este acabaría muerto de hambre.-Respondió.-Además tú no riges mi vida, la dirijo yo y si no te gusta te someterás como te has sometido. Eres un buen amante, no lo estropees ahora con el deseo de vivir en pareja. No sería inteligente separarse de ellos.-Comentó acariciando los cabellos de su siervo, quería amansarlo y que la alteración que sufría con aquel rechazo no le hiciera violento. Sabía que si se volvía contra él terminaría muerto, era un macho joven y él un adulto intentando seguir con su legado.
-Egea me destrozará.-Murmuró clavando sus ojos en los de Marcus.
-Mí querido cachorro si osa levantarte una sola mano se la haré añicos.-Respondió para apartarle.-Durmamos hoy aquí, quiero mostrarte mejor mis artes amatorias y a que me seas leal.-Comentó tomándolo del mentón mientras sonreía excitado.
-Sí, mi amo.-Susurró bajando hasta el suelo y posicionándose a cuatro patas por instinto.
Consagraron su unión una y otra vez, estaban entregados al lazo y no escucharon los pasos de Egea por el edificio. Ella venía buscando a su amado para adularle hasta la saciedad, para pavonearse ante él intentando aparentar ser felina y no la sanguinaria que era. Cuando los vio enzarzado en un ritual que ella jamás probó de él su ira se volvió cólera. Abrió la puerta con deseos de destrozarle.
-¡Maldito bastardo!-Gruñó empujando a Marcus y comenzando a golpear con frenesí al muchacho.-¡Me has arrebatado todo!¡Eres una vulgar ramera!-Gritaba mientras le atacaba y él no se defendía.
-¡Deja a mi amante en paz! ¡Jamás has entrado en razón cuando te he dicho que para mí no vales nada! ¡Nada! ¡Ni como amante ni como amiga! ¡Nunca escuchas! ¡Sólo a ti misma y eso me enfurece! ¡No quiero ser compañero de alguien que no sabe escuchar al resto!-Bramó el rey de la jauría.
-Marcus yo no quiero causar problemas, me iré.-Dijo sin apenas tener fuerzas mientras se arrastraba lastimeramente hacia un rincón.
-No, no te irás. Aquí la única puta que se debe de ir es ella. Siempre le dije que estaba con ella por compromiso y no por amor.-Comentó abrazándose a su amante con fuerza, intentando lamer sus heridas y llorando de la impotencia.
Semanas más tarde la encontraron muerta de un tiro, lo había hecho por no poder olvidar a aquel todopoderoso ser que le amargó su existencia. Eric decidió integrarse entre los autómatas, sin embargo siguió rebelde. Nuestros amantes, ellos simplemente se alejaron de la ciudad hacia el campo o el bosque. Allí, en aquel lugar donde las pocas especies vivas sobrevivían se amaron cada anochecer.
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