martes, 25 de diciembre de 2007

Diario / Satanas en el Templo





Si amas a tu prójimo como a ti mismo conseguirás satisfacer las heridas de tu corazón. Toda la verdad se te será revelada en el momento oportuno y el cielo se rendirá a tus pies.

-La verdad jamás fue revelada, jamás lo será, la mentira y la codicia llena los corazones de los hombres, con ella alimenta sus almas y su orgullo blasfemo.-Aquella voz resonó en el templo mientras acariciaba la Biblia. Era la voz de un muchacho de apenas veinte años, sus ojos eran azules como el propio cielo y su piel pálida, tan pálida que parecía irreal.

-¿Por qué dices eso?-Pregunté algo trémulo. Apenas llevaba unas semanas como sacerdote en aquella comunidad y ese muchacho llevaba un aura cargada de odio. Al menos es así como describí su presencia, su aroma a azufre y su elegancia majestuosa frente a las imágenes de un Jesús convaleciente.

-Dios no ama, simplemente dicta órdenes y si no se cumplen te destierran del reino de los cielos.-Dijo acariciando un anillo de piedra negra que portaba en sus manos finas. Aquel ser, fuera lo que fuera, era hermoso y creía entender la forma de actuar de nuestro amado Padre.

-¿Por qué blasfemas?-Pregunté algo asombrado y abrumado por aquellas palabras.

-Porque él reniega de sus hijos, los oculta o simplemente los daña. No escucha a nadie, tan sólo a si mismo y a sus caprichos. Hace la guerra por un patético mal entendido y pide que le seas un vasallo sin que te de nada, mucho menos recompensas terrenales. Es un impúdico y tan sólo será atento a alguien si le regala el oído, si es un esclavo de sus necesidades.-Comentó quitándose el gorro oscuro de lana que cubría sus cabellos. Su melena era azabache, más negra que la misma noche, y que caía largamente por sus hombros.

Basta! ¡Qué sabrás tú de Dios!-Dije exasperándome por aquellas frases que tenían más sentido que mis oraciones.

-¿Y qué sabes tú del infierno?-Interrogó.-¿Qué sabes tú de la condena de Lucifer? ¿Qué sabe el hombre sobre bondad o malicia? ¿Qué es la verdad y qué la mentira? Tacháis a Lucifer de blasfemo cuando deseó conquistar el amor, la amistad y la verdadera caridad. Decís que es un monstruo, un ser que debe ser aniquilado y a la vez habláis de aceptar los fallos de los hombres, porque todos somos hermanos. Sin embargo, ¿a caso el demonio no es hijo de vuestro dios?-Dijo aproximándose más a mí con pasos cortos y soberbios.

-¡¿Por qué estas aquí?!-Pregunté exaltado, mi corazón palpitaba y apenas podía respirar. Un inmenso aroma a azufre lo envolvió todo. Las luces se apagaron y el perfume de la cera se envolvió con el del infierno. Las vidrieras temblaron y estallaron los cimientos mismos de la iglesia temblaron pero no cayó ni una de sus piedras.

-Soy Lucifer y vengo a responder a los misterios dignos de mención, de desvelar.-Susurró quitándose el abrigo, su camisa para quedarse en pantalones oscuros de tela vaquera. Sonrió y me mostró sus alas negras.-Mi belleza no mermó y mis ansias de ser libre de Dios tampoco, sin mi él no sería nada. Necesitaba una cabeza de turco y ese fui yo, pobre desgraciado de mí que tan sólo quería amar y ser amado.-Susurró con amargura mientras sus ojos desprendían un fulgor proveniente del propio fuego.

-¿Qué quieres de mí?-Pregunté trémulo y sin creer que aquello fuera real.

-Que me escuches, y que me digas porqué un joven cura pudre su alma sin sentir el sentimiento que yo más anhelo.-Dijo quedando poco a poco frente a mí. Cerró la Biblia y me besó en los labios, fue un roce leve pero el sabor que probé era amargo como las lágrimas.

-¿Por qué yo?-Dije en un balbuceo intentando mantenerme en pie.

-Porque te deseo.-Susurró en mis oídos.-Hoy al fin tendré ese amor que siempre deseé gracias a ti. Me darás eso que guardas egoístamente y yo te daré los tesoros que detesto, que son el poder y la inmortalidad.-Masculló rodeándome con sus brazos guiándome a un estado extraño.

No sé como dejé que ese ser tocara mi cuerpo con aquellas garras, pero fue desnudándome. La sotana cayó en mis pies y sus labios surcaron mi cuello provocándome escalofríos. Las imágenes de los ángeles nos apuntaban como pecadores, sin embargo no me importaba morir en aquella lujuria. Sus dedos jugaban con mi torso, su lengua reptaba por mis pezones y su aliento me bañaba. Mi espalda se apoyaba en el retablo y mis vellos se erizaban. Sus manos se posaron en mis caderas y comenzó a masajear mi miembro con mesura. Entonces me apoyé en él y dejé que mi cabeza cayera sobre uno de sus hombros.

-Arrodíllate.-Masculló bajándose sus pantalones para mostrarme su miembro. Me arrodillé y lo tomé entre mis manos, comencé a besarlo y lamerlo con deseo. Seguía mis instintos más bajos y humanos. Más tarde me alzó y apoyó sobre la mesa. Allí se introdujo en mí y comenzó a moverse con lujuria.-Me amarás, no por encima de todo, tan sólo deseo que me ames y que vengas a mi lado.-Susurró.-Ya que Dios siempre te ha odiado por ser diferente, porque no entiende ni entenderá nada sobre tus deseos y mucho menos sobre tus necesidades.-Sus movimientos comenzaron a crecer con más fuerza y yo me desmoroné complacido cuando sentí su esencia.

-Seré tuyo, lo seré.-Dije en un jadeo algo ronco porque me había desgañitado en aquella pasión desatada.

Desde entonces camino por los infiernos sanando las almas de tantos hombres buenos que a veces me espanto. Incluso he llegado a ver niños allí. Dios es un déspota que no ama a nadie y busca la perfección en la forma que él desea. Descender a los infiernos es descender a un mundo macabro que seas justo o pecador perturba y azota. Allí hay enfermos, niños, discapacitados y ningún cura estúpido que vendió su alma al dinero. Todos los que siguen con las mentiras, las fábulas y las letanías de un Dios invencible, de un padre bueno aunque sea el mayor de los pecadores, tienen su espacio en el cielo. Sin embargo ¿no dijo Jesús que el cielo es para los honrados y buenos de corazón?

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