lunes, 17 de diciembre de 2007

Diario



Me hallaba adentrándome por los pasadizos de una mole destartalada, podría decirse en que en otra época fue ostentación de lujos y que ahora era simplemente polvo. Las paredes estaban ennegrecidas por el humo de un viejo incendio y el paso del tiempo. Las habitaciones tenían muebles carcomidos o calcinados. Fui en busca de un viejo amigo, ambos hicimos un pacto y cada uno lo cumplió a su modo. Yo tenía que pasar una noche entera en el cementerio y filmarlo, él simplemente descansar en una de las habitaciones de esta casona abandonada. Las gárgolas de la entrada no eran muy acogedoras, las persianas rotas y caídas al suelo junto con el fantasmagórico aspecto daban un aire tétrico para los aspirantes a las aventuras. Ambos solíamos escribir sobre misterio, fantasía, paranoia colectiva y sensacionalismo barato sobre leyendas urbanas. En el cementerio poco o nada vi, era demasiado desolador y la cancela crujía, sin embargo no ocurrió nada misterioso. Fui en su búsqueda al día siguiente puesto que no apareció en el lugar acordado al despuntar el alba, le di toda la mañana para reaparecer ante mí con algo novedoso pero no hubo rastro.

Así que allí estaba posando mis botas en aquellas maderas desvencijadas mientras que el viento siseaba con una melodía escalofriante. Subí por la escalera de caracol que permanecía intacta, clavé los ojos en los viejos retratos de familia y en las telarañas que los cubrían. Al deslizarme por el pasillo fue cuando sentí que mi corazón daba un vuelco. Dije su nombre tres veces y una de ella fue con un nudo en mi garganta, mi linterna temblaba por culpa de mi mal pulso y mis cabellos negros empezaban a empaparse por mis perlas de sudor. Mi abrigo negro que caía hasta el suelo estaba polvoriento y mi curiosidad dejó paso al terror. Sin embargo me armé de valor y accedí a una de las habitaciones. No sé como ni porqué pero cerré los ojos un instante y desperté asfixiándome en medio de una gran mesa. Algo me tomaba de los brazos, me impedía moverme por completo y ya no digamos gritar. La presión de mis extremidades, tronco y garganta me debilitaban a pasos agigantados. ¡Era como si algo me absorbiera la vida! Logré de alguna u otra forma gritar y aparecí recostado en mi mullida cama. Encendí la lamparita que había a mi lado y poco a poco fui recuperando el aliento. Si bien para poder encenderla tuvo que pasar varios minutos en total penumbra, ya que todo mi cuerpo estaba inmovilizado.

Al día siguiente fui a mi despacho en el periódico local para comentar mi sueño en forma de texto paranormal, sin embargo nadie recordaba el nombre de Alfonso Pérez Rodríguez y mucho menos que era un trabajador más del centro. Su columna había desaparecido y todas sus noticias también. En su lugar hacía un lugar para encuestas sobre distintos ámbitos del pueblo, la política, la moda o simplemente sucesos. Él no existía, se lo había tragado la tierra o aquella cosa que también intentó abrazarme con sus garras.

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