
imagen de deviantart Stairway_To_Heaven_by_Zaphk
Las nubes rodeaban el cielo hasta el horizonte más lejano, el viento caminaba por el lugar jugueteando con la hojarasca, la oscuridad hacía acto de presencia y el ángel de piedra parecía cobrar vida. Sin duda, no era un lugar acogedor para pasar la noche. Los pasos de Samuel retumbaban por el lugar como una psicofonía. Su mirada gris escrutaba cada recodo del sendero. Se había perdido al adentrarse en aquel pueblo, su instinto felino hizo que se introdujera en el cementerio. Había llegado por arte de un encantamiento extraño al poblado. Las calles del lugar estaban desoladas, los edificios parecían enigmáticos mausoleos y los coches eran bastante antiguos. Las tiendas estaban repletas de libros, televisores antiquísimos y miles de productos más. Parecía que todos se habían marchado, esfumado, en un día cualquiera de mil novecientos setenta. Sin embargo, allí estaba él como un caza tesoros rebuscando en el cementerio abandonado, como todo aquel pueblucho. Las lápidas cubiertas con hiedra, polvo y barro no dejaban ver bien el nombre de su propietario, aunque él enfocara con su linterna. El corazón de Samuel latía a prisa, parecía un caballo desbocado por una pista de carreras; mientras su rostro permanecía sereno, encasillado tal vez en el pavor.
Aquel joven era un hombre de ciudad, un chico rebelde sin causa aparente que luchaba por mantener su orgullo intacto. Sus ojos grises le daban una apariencia hierática, aunque era un ser apasionado y lleno de vida. Los cabellos oscuros le cubrían hasta los hombros, tenía un cuerpo escuálido y una voz grabe. En ese instante tenía veinte años y quería ser novelista de terror. Su coche se había quedado sin gasolina en la autopista general, muy cerca del poblado, pensó en llamar en una cabina pero ninguna funcionaba y luego le llamó la atención el eco de sus pasos por las aceras. No había nadie en el lugar, nadie, aquello no le perturbó, sino que le hizo adentrarse por las calles. Las cuencas huecas de los muros de hormigón parecían contemplarle, aquello no le hizo regresar a su automóvil y esperar que alguien en la carretera le ayudara. Portaba una pequeña linterna en sus bolsillos que no dudó en utilizarla, pues las farolas no prendían luz alguna. Cuando observó a lo lejos los panteones, lápidas y esculturas típicas de un cementerio decidió cruzar la barrera de lo vivo a lo yermo. Un cuervo, postrado en uno de los muros de la verja, graznó; el mal augurio se formuló en el lar.
Allí estaba de nuevo, con la linterna, perdido y lleno de temores. Ahora se maldecía una y otra vez por haber entrado en la guarida de las tinieblas. Las cruces caídas, lo que fue una vez una flor estaba tan marchita que no tenía ni forma y el aire de pompa fúnebre almidonaba sus pulmones. La luz se volvió tenue y masculló mil maldiciones cuando notó que se apagó por completo. Decidió no adentrarse más en el lugar y sentarse sobre una de las lápidas en el suelo. Tendría que pasar allí la velada. No veía ni sus propios dedos, un frío incontenible hacía que tiritara bajo su chupa de cuero. El vahó se escapaba de sus labios, sus dientes castañeaban y el cuervo volvió a graznar. Era lo único vivo, junto con el animal, que se movía por la zona.
-Los que vienen a mí, no los vuelven a ver.-Un susurro proveniente del mismo fondo de la tierra se hizo paso en el aire.
-¿Quién dijo eso?-Cuestionó asustado, no había nadie en aquella zona pero no había sido el viento.
-Tú has venido a mí, ahora me perteneces, no te volverán a ver.-Parecía una voz deformada por un artículo de broma.
-¿Quién demonios eres?-Volvió a preguntar.
-El mismísimo dolor, la tristeza y la locura.-Contestó.
-No bromee, dígame quién es.-Inquirió.
-La muerte, he venido a buscarte.-Aquello le heló la sangre.
-¿Qué?-Apenas tenía voz para hablar.
-Esta ciudad sólo fue un cebo para que vinieras a mí.-Se jactó en su cara, una risa malévola cayó sobre el lugar
-Deje las bromas para otro momento.-Se levantó y buscó en la completa negrura.
-Ora, pues el fin de tus días se acerca en cada segundo.-
-¡Ahhhhhhh!-Fueron sus últimas palabras.
-----------------------------------------------------------------------------
Este fue el sueño de esta noche, desperté empapado y decidí expresarlo.
Normalmente averiguo el porqué de todo, pero… ¿Qué hacía aquel ángel perteneciente a la cripta subterránea de mi novio en el sueño? La verdad no lo sé… y ni quiero saberlo.
Aquel joven era un hombre de ciudad, un chico rebelde sin causa aparente que luchaba por mantener su orgullo intacto. Sus ojos grises le daban una apariencia hierática, aunque era un ser apasionado y lleno de vida. Los cabellos oscuros le cubrían hasta los hombros, tenía un cuerpo escuálido y una voz grabe. En ese instante tenía veinte años y quería ser novelista de terror. Su coche se había quedado sin gasolina en la autopista general, muy cerca del poblado, pensó en llamar en una cabina pero ninguna funcionaba y luego le llamó la atención el eco de sus pasos por las aceras. No había nadie en el lugar, nadie, aquello no le perturbó, sino que le hizo adentrarse por las calles. Las cuencas huecas de los muros de hormigón parecían contemplarle, aquello no le hizo regresar a su automóvil y esperar que alguien en la carretera le ayudara. Portaba una pequeña linterna en sus bolsillos que no dudó en utilizarla, pues las farolas no prendían luz alguna. Cuando observó a lo lejos los panteones, lápidas y esculturas típicas de un cementerio decidió cruzar la barrera de lo vivo a lo yermo. Un cuervo, postrado en uno de los muros de la verja, graznó; el mal augurio se formuló en el lar.
Allí estaba de nuevo, con la linterna, perdido y lleno de temores. Ahora se maldecía una y otra vez por haber entrado en la guarida de las tinieblas. Las cruces caídas, lo que fue una vez una flor estaba tan marchita que no tenía ni forma y el aire de pompa fúnebre almidonaba sus pulmones. La luz se volvió tenue y masculló mil maldiciones cuando notó que se apagó por completo. Decidió no adentrarse más en el lugar y sentarse sobre una de las lápidas en el suelo. Tendría que pasar allí la velada. No veía ni sus propios dedos, un frío incontenible hacía que tiritara bajo su chupa de cuero. El vahó se escapaba de sus labios, sus dientes castañeaban y el cuervo volvió a graznar. Era lo único vivo, junto con el animal, que se movía por la zona.
-Los que vienen a mí, no los vuelven a ver.-Un susurro proveniente del mismo fondo de la tierra se hizo paso en el aire.
-¿Quién dijo eso?-Cuestionó asustado, no había nadie en aquella zona pero no había sido el viento.
-Tú has venido a mí, ahora me perteneces, no te volverán a ver.-Parecía una voz deformada por un artículo de broma.
-¿Quién demonios eres?-Volvió a preguntar.
-El mismísimo dolor, la tristeza y la locura.-Contestó.
-No bromee, dígame quién es.-Inquirió.
-La muerte, he venido a buscarte.-Aquello le heló la sangre.
-¿Qué?-Apenas tenía voz para hablar.
-Esta ciudad sólo fue un cebo para que vinieras a mí.-Se jactó en su cara, una risa malévola cayó sobre el lugar
-Deje las bromas para otro momento.-Se levantó y buscó en la completa negrura.
-Ora, pues el fin de tus días se acerca en cada segundo.-
-¡Ahhhhhhh!-Fueron sus últimas palabras.
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Este fue el sueño de esta noche, desperté empapado y decidí expresarlo.
Normalmente averiguo el porqué de todo, pero… ¿Qué hacía aquel ángel perteneciente a la cripta subterránea de mi novio en el sueño? La verdad no lo sé… y ni quiero saberlo.
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