viernes, 1 de junio de 2007

Diario


El murmullo del aire rozando mi piel, el frío introduciéndose más allá de mis ropas, el viento meciendo mis cabellos y la oscuridad danzando a mi alrededor. La sonrisa del diablo marcada en mi rostro, mis manos clamando a dios, mis ropas hechas jirones y las luces de la metrópoli murieron. Mi esfinge se proyectaba en uno de sus bloques de hormigón como si fuera un superhéroe divisando la amenaza. Sin duda un buen titular de periódico: Un ángel negro, sin alas, venido del propio infierno intenta devastar el mal moderno, su endiosamiento. Bajé precipitadamente del borde de la edificación, tropecé torpemente con algunos peldaños de la escalera y quedé expuesto a la acera.

Comencé a trotar por el mar negro que se extendía bajo mis pies, los vehículos estaban aparcados sin dar crédito a aquel corte de electricidad y yo me sentía pájaro. Me despojé de mi camisa rasgada, mi torso quedó abrazado en el viento, y yo apreté mis pasos. Mis piernas no parecían debilitarse, mi pequeña melena ondeaba como una bandera y de mis entrañas emití un grito de libertario. Una lluvia de verano comenzó en apenas unos segundos, me empapé bajo su bochorno y no me importa. La carretera era mi pista hacia la locura. Bajo mis cabellos oscuros y cráneo carcomido se encontraba mi cerebro envenenado con una idea fija. Tenía latiendo el corazón de forma demasiado acelerada, mis labios se entreabrieron por la falta de oxígeno entre tanta contaminación, mis cuencas parecían arder y mi cuerpo se bañaba en las lágrimas de un Dios nefasto.

Durante días me había enclaustrado en un pequeño cubículo, me concentré en las letras y en un pensamiento. Las preguntas durante aquel tiempo resonaban en mi cráneo como si estuviera hueco. Mis dedos tecleaban falacias, fantasía para enfermos románticos, comenzó mi cambio hacia el enigmático rufián que una vez fui. Un coqueteo con un vaso de ron, sonreí y opté por salir del cascarón. Tomé mis ropas y al cerrar la puerta los encontré. Eran aquellos libertarios, los que tanto daño me habían realizado en otras ocasiones, para ejercer su censura. No deseaban que desvelara mi verdadera personalidad, que arrojara la máscara al fuego de la hoguera y comentara al mundo la realidad de mis ideas. Me golpearon, vejaron y cuando creyeron que habían acabado conmigo como cobardes ratas huyeron hacia las alcantarillas. Cuando me levanté habían pasado más de dos horas, mis folios los habían hecho trizas y mis alas emergieron de las cenizas. Luego subí hacia la azotea para continuar corriendo por las calles.

Tenía que dar un comunicado al mundo, uno que no portaba en los cuentos que habían destrozado. Mis brazos extendidos hacia la intensidad, mi pecho al descubierto y mi mirada huracanada contra los elementos. Los árboles se mecían, los rayos acariciaban la ciudad que parecían ser lanzados por Zeus, el cielo temblaba y la tierra no parecía soportar el diluvio universal. Decidí ir a uno de los templos, San Miguel, en uno de los barrios más castizos de aquella urbe demencial. Al entrar empapado el sacerdote me contempló. No dudé de mis pasos hacia el pulpito, las imágenes parecían escrutar mi alma y el calor de los cirios se impregnaban en mi piel húmeda.


[Ante ti, desnudo y enloquecido, me presento. Soy el hijo que jamás amaste, que siempre aprisionaste entre tus garras, aquél que sollozó sangre entre las brasas a las que le condenaste. Me llaman Lucifer, mi buen Dios, yo soy un caído ante todos. Queréis apartarme de la verdad, de la diversidad y la igualdad. Me clavasteis en una cruz, dejaste que el mundo se riera de mí y yo resucité con la ira de mil titanes. No te conmoviste jamás de mi pena, de mi daño y mi sufrimiento. Corrí por el mundo de los proscritos, me hice beato de la fe en uno mismo y cometí el error de creer en el ser humano. Ahora ante ti, maldito seas, rezo un padre nuestro distinto.


cruel y estafador seas de las esperanzas de todos tus hijos
moriste pues jamás tu corazón de piedra latió, ni aquí ni en los cielos
los ángeles son los niños que por ti su sangre vertieron
las guerras las crea el hombre en tu nombre, en el de tantos dioses
mientras tú eres venerado a un joven le golpean por ser diferente
la iglesia habla de igualdad condenando a los amantes homosexuales
ves peligrar tu legado, de falacias y ruindad, ante el demonio
soy el hijo de la cabra, del ángel de alas cercenadas, aquel que se enfrentó a tu crueldad
jamás existió, como tú tampoco lo hiciste
estoy en contra de tu orden establecido de no venganza ante los que nos maltratan
te crees único, te crees mejor que yo, y a la vez tan sólo eres un madero
me dan pena tus legionarios, tus seguidores, fervientes
eres una leyenda, un ser mitológico
tus palabras creadas por los hombres
tus leyes que nadie cumple en este siglo sin control
soy el amante de mis iguales
el que reparte hermandad
el bohemio que ruega ante su escritorio un trazo más social
soy el enemigo de los que fustigan a un niño
aquel que una vez tuvo que enfrentarse a cientos mientras lo golpeaban
el niño débil y sumiso que fue violado en medio de la oscuridad
soy un pedazo del infierno entrando en tus dominios
un ángel más sin nombre ni apellido
un rebelde
santificado sea mi nombre, por el resto de los siglos
pues yo no sigo una herejía, una secta, fundamentada en el machismo
santificado sea el nombre de todos los parias
que conviven entre las gárgolas y malos gestos de tantos fieles
santificado sea todo aquel homosexual que libera su alma
santificado las madres luchadoras que emergen de los malos tragos
santificado el africano que arriba a las costas
santificado los sin techo
santificado los hijos que no se aman
santificado aquellos que pasan frío
santificado los encarcelados por sus ideas
santificado sea todo ser humano que lucha por otro
muerte a Dios
muerte a la mentira
muerte a la Iglesia


]


El sacerdote se santiguó, corrió hacia mí e intento apartarme del retablo. Sus manos cálidas cayeron sobre mi pecho helado. Mi cuerpo tiritaba, mi mente se extasiaba ante el aroma del incienso y mis ojos ardían en llamas. Salí de aquel templo, la lluvia me alcanzó de lleno y la herejía siguió bramando de mis fauces. Todo aquel que me contemplaba quedaba eclipsado por el mensaje. Lucifer si existía, era yo, Dios la sociedad poco carente de humanidad y el pueblo oprimido todo aquel que jamás logró sus metas por culpa de otros. No más opresión.


"Este fue el sueño de un proscrito… el sueño que vino a mi en esta noche… sin estrellas…sin nada."

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