Recostado en la cama, entre las sábanas blancas de algodón, mirando fijamente el techo que parece desplomarse sobre mí, aplastando cada una de mis costillas, dándome la muerte. Estoy en un punto inconcluso de la destrucción. El tiempo transcurre sin retroceso alguno y mi rostro en el espejo sigue siendo el mismo. Siempre pierdo y jamás he ganado nada, si he conseguido algo ha sido con sudor y lágrimas. Me he esforzado por ser yo mismo, por distinguirme del resto, mientras todos juegan a ser clones descerebrados de otros. Mis alas son de pesado acero recubiertas con una capa de sueños, aquellos que sé que jamás conquistaré, las muevo pesadamente mientras me impregno del matiz de un ángel negro. Vengo de las tinieblas con la guadaña de la muerte, la mirada perdida, los labios contrahechos y en las muñecas los estigmas de aquel dios humano. He llegado al borde del precipicio, me he columpiado y he alzado los trémulos brazos al cielo mientras lloraba, para nada.
El ser humano asola el planeta tierra, los ángeles sollozan lágrimas toxicas y el ganado se envenena con productos de engorde, para luego ver a todos los seres humanos sollozar por la perdida del imperio. Me recuerda tanto esta historia, parece que ya pasó hace milenios y llegan los ecos en este mañana gris plomizo. La historia siempre se repite, el hombre jamás aprende y los castigos llueven. Yo por relevarme, por ser distinto a todos y cada uno de los seres, por intentar caminar sobre las aguas de un río contaminado, por ser un soldado cuando todos son refugiados y conquistar las llaves de los sentimientos estoy maldito.
Hace tiempo que me muevo entre las sombras, la noche sigue igual de inquietante que el día anterior. He conocido el dolor, la miseria y los momentos de amargura demasiado bien. Siempre me hallo en la penumbra guarecido entre las sombras tarareando una canción sin título. El abatir del viento mece las cortinas y mi cuerpo se refresca con la brisa. Estoy desnudo a expensas de un asesino llamado tiempo. Sigo siendo el bohemio con sentimientos inconclusos y fuerte carácter. Me han destrozado tantas veces, han intentado derrumbarme y a veces han estado a punto de conseguirlo. Sé que estoy desequilibrado hacia un lado de la balanza llamado negativismo, pero a la vez sonrío al tener un pequeño tesoro entre mis alas. Todo es culpa del hombre y de sus acrónimos.
Nací hombre pero poco a poco me distancié de mi raza y me convertí en un proscrito. La escritura es lo único que me acompaña junto al amor que profeso a una extraña alma. He conseguido mil tesoros y he vendido la mitad, quedándome sin nada. Crecí lejos de la nebulosa de la mentira y me convertí en el don Juan de una estrambótica tragicomedia Griega. Lo que deseo confesar es que no soy quien creéis, he cambiado, y me he convertido en un ser de los milenios. Soy distinto a todos y a todo, por ello me golpeáis con saña. Me he reinventado mil veces y me he quedado con el personaje original, aquel que vino hace veintiún años a este territorio de hienas, y que creció entre mala hierva. He vuelto a ser el esqueleto de una escultura, la visión de un niño sin imaginación y la voz de un viejo loco. Soy sin duda el paria de la última fila, el de los pantalones enormes de ropa oscura y mirada perdida en la lejanía. De nuevo un niño atosigado por el mundo, por unos latidos extraños y por las voces de la conciencia. La melodía se vuelve un canto libertario de un pájaro enjaulado y yo desato mis vendas. Las alas siguen causándome daño mientras recuerdo vuestros insultos, el vacío y los golpes junto con el calor y el polvo de aquel patio de colegio. Ahora soy un adulto, he crecido, y mi voz suena como un trueno en medio de mis pesadillas.
Vivo aún en mi cárcel, recluso de las yagas que no se cierran, y a la vez me encuentro en un paraíso de sueños por cumplir. No llevo grilletes, mucho menos cadenas y la noche llega siempre con sabor a verano. La cárcel es mi mente, en ella me enclaustro de vez en cuando para sobrevivir, pero a la vez es mi vergel. Creo que soy demasiado complicado, raro y pensativo a la vez que impulsivo para ser tu compañero de viaje. Soy de las personas que arreglan todo sentadas en una cafetería y conversando durante horas, la sonrisa melancólica tras la ventana de un autocar en marcha mientras charlo de ideas atraídas por el traqueteo del automóvil y a la vez el guerrero soy un destructivo guerrero armado con el veneno de mi lengua.
El tiempo trascurre… no se detiene… y yo sigo en la cama escribiendo líneas sin sentido que a la vez soy yo mismo. Nadie sabrá nunca quien soy, que soy, como pienso o que siento porque nadie conoce a nadie realmente. Me prejuzgan, me insultan, me intentan esclavizar pero yo soy el guardián del templo donde yace un hermoso ángel de cabellos de ébano y piel de leche. Sigo siendo el infeliz de siempre que sonríe, grita y baila cuando una mirada acogedora le cautiva. He vuelto a ser un niño, he vuelto a ser yo mismo, desde que maté al dragón de las mil cabezas camuflado en un amante sin conciencia. He vuelto a ser lo que una vez fui, Lestat, ese ángel negro de sonrisa escueta y garras convertidas en manos que pizpiretas juguetean con tu vientre. Con esto tan sólo quiero agradecerte que aunque me inunde la pena, me desmorone e intente la autodestrucción…tú imagen aparece, emerge de las entrañas de mi cráneo, y termino sonriendo felizmente preguntándome cuando podré poseerte por completo. Te felicito Marius pues naciste para que yo sobreviviera.
El ser humano asola el planeta tierra, los ángeles sollozan lágrimas toxicas y el ganado se envenena con productos de engorde, para luego ver a todos los seres humanos sollozar por la perdida del imperio. Me recuerda tanto esta historia, parece que ya pasó hace milenios y llegan los ecos en este mañana gris plomizo. La historia siempre se repite, el hombre jamás aprende y los castigos llueven. Yo por relevarme, por ser distinto a todos y cada uno de los seres, por intentar caminar sobre las aguas de un río contaminado, por ser un soldado cuando todos son refugiados y conquistar las llaves de los sentimientos estoy maldito.
Hace tiempo que me muevo entre las sombras, la noche sigue igual de inquietante que el día anterior. He conocido el dolor, la miseria y los momentos de amargura demasiado bien. Siempre me hallo en la penumbra guarecido entre las sombras tarareando una canción sin título. El abatir del viento mece las cortinas y mi cuerpo se refresca con la brisa. Estoy desnudo a expensas de un asesino llamado tiempo. Sigo siendo el bohemio con sentimientos inconclusos y fuerte carácter. Me han destrozado tantas veces, han intentado derrumbarme y a veces han estado a punto de conseguirlo. Sé que estoy desequilibrado hacia un lado de la balanza llamado negativismo, pero a la vez sonrío al tener un pequeño tesoro entre mis alas. Todo es culpa del hombre y de sus acrónimos.
Nací hombre pero poco a poco me distancié de mi raza y me convertí en un proscrito. La escritura es lo único que me acompaña junto al amor que profeso a una extraña alma. He conseguido mil tesoros y he vendido la mitad, quedándome sin nada. Crecí lejos de la nebulosa de la mentira y me convertí en el don Juan de una estrambótica tragicomedia Griega. Lo que deseo confesar es que no soy quien creéis, he cambiado, y me he convertido en un ser de los milenios. Soy distinto a todos y a todo, por ello me golpeáis con saña. Me he reinventado mil veces y me he quedado con el personaje original, aquel que vino hace veintiún años a este territorio de hienas, y que creció entre mala hierva. He vuelto a ser el esqueleto de una escultura, la visión de un niño sin imaginación y la voz de un viejo loco. Soy sin duda el paria de la última fila, el de los pantalones enormes de ropa oscura y mirada perdida en la lejanía. De nuevo un niño atosigado por el mundo, por unos latidos extraños y por las voces de la conciencia. La melodía se vuelve un canto libertario de un pájaro enjaulado y yo desato mis vendas. Las alas siguen causándome daño mientras recuerdo vuestros insultos, el vacío y los golpes junto con el calor y el polvo de aquel patio de colegio. Ahora soy un adulto, he crecido, y mi voz suena como un trueno en medio de mis pesadillas.
Vivo aún en mi cárcel, recluso de las yagas que no se cierran, y a la vez me encuentro en un paraíso de sueños por cumplir. No llevo grilletes, mucho menos cadenas y la noche llega siempre con sabor a verano. La cárcel es mi mente, en ella me enclaustro de vez en cuando para sobrevivir, pero a la vez es mi vergel. Creo que soy demasiado complicado, raro y pensativo a la vez que impulsivo para ser tu compañero de viaje. Soy de las personas que arreglan todo sentadas en una cafetería y conversando durante horas, la sonrisa melancólica tras la ventana de un autocar en marcha mientras charlo de ideas atraídas por el traqueteo del automóvil y a la vez el guerrero soy un destructivo guerrero armado con el veneno de mi lengua.
El tiempo trascurre… no se detiene… y yo sigo en la cama escribiendo líneas sin sentido que a la vez soy yo mismo. Nadie sabrá nunca quien soy, que soy, como pienso o que siento porque nadie conoce a nadie realmente. Me prejuzgan, me insultan, me intentan esclavizar pero yo soy el guardián del templo donde yace un hermoso ángel de cabellos de ébano y piel de leche. Sigo siendo el infeliz de siempre que sonríe, grita y baila cuando una mirada acogedora le cautiva. He vuelto a ser un niño, he vuelto a ser yo mismo, desde que maté al dragón de las mil cabezas camuflado en un amante sin conciencia. He vuelto a ser lo que una vez fui, Lestat, ese ángel negro de sonrisa escueta y garras convertidas en manos que pizpiretas juguetean con tu vientre. Con esto tan sólo quiero agradecerte que aunque me inunde la pena, me desmorone e intente la autodestrucción…tú imagen aparece, emerge de las entrañas de mi cráneo, y termino sonriendo felizmente preguntándome cuando podré poseerte por completo. Te felicito Marius pues naciste para que yo sobreviviera.
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