
El amor bañó mi cuerpo e inundó cada arteria, las endorfinas en mi mente anestesiaron mi dolor. Al fin renací de entre los muertos y mis cenizas se volvieron una piel cálida. Comencé la búsqueda de mi mismo en las sombras, donde yaceré por siempre, mientras el mundo camina nefasto cayendo en oscuros trámites de mentiras y dinero. Nada ha cambiado, el hombre sigue siendo una alimaña y amenaza para si mismo. Todo a mí alrededor me trate oscuros pensamientos, recuerdos, que creía olvidados junto al bombeo de mi corazón. Vivo buscando esperanza en la sangre, en el líquido carmesí que alberga mis venas. Mi hora no ha llegado, tengo el mismo poder que decenios atrás. Las luces tintinean alumbrando las aceras, el tráfico se hace cotidiano a cada paso y el hormigón se alza a cientos de metros formando verdaderas torres de babel. Mi aliento era lo único que dejaba huella de mi vida, parecía un cadáver pero nadie deparaba en mí.
Durante años he dormido literalmente en la cripta más antigua del cementerio, no me he alimentado y he permanecido inconsciente rememorando en mis labios secos tu nombre. Una vez más el príncipe de las sombras vuelve a anhelar por los sueños que una vez tuvo, mi carcomida mente recuerda todo como una febril fantasía. Mis putrefactos momentos en la tierra se derrumbaban ante la realidad, todo había cambiado menos el sentimiento de repulsión por la carne podrida llamada sociedad. Me incrusté en pasos poco iluminados y tomé a todo transeúnte que caminara por la zona. No sé si cuantos fueron, más de dieciséis y no más de treinta. Cuando recobré mi esplendor corrí alocado por las calles, todos me contemplaban como un loco con ropas raídas de siglos pasados. El amor me guiaba, me guiaba una vieja fragancia que creí que jamás iba a volver a saborear.
Allí estaba él, como si de una estatua se tratara, en medio del bullicio de una noche de verano. Parecía estar perdido, su mirada denotaba frialdad y sus ropas caían como en el cuerpo de un muerto. Caminé hasta él y apoyé mi cabeza sobre su pecho, no dijo nada, para sentir más tarde su mano jugando con mis cabellos. Parecía reconocerme como hacen los invidentes. Vestía como un joven corriente de esta época apocalíptica y sin sentido. Me tomó de la mano para llevarme a su guarida, allí me hizo darme un baño y me regaló algunas prendas. Besé sus labios en incontables ocasiones, sus manos atadas a las mías y su mirada impactante clavándose en la mía. Creí que la felicidad me había visitado, en realidad tan sólo era un espejismo. Me apartó de él, como años atrás, dejó dinero en la mesilla de la entrada y pidió que me fuera. No me había perdonado, aquel descuido había destrozado su amor por mí. Éramos uno y yo rompí la unión por culpa de mis mentiras. Por siempre seré recordado como el condenado de las sombras.
Durante años he dormido literalmente en la cripta más antigua del cementerio, no me he alimentado y he permanecido inconsciente rememorando en mis labios secos tu nombre. Una vez más el príncipe de las sombras vuelve a anhelar por los sueños que una vez tuvo, mi carcomida mente recuerda todo como una febril fantasía. Mis putrefactos momentos en la tierra se derrumbaban ante la realidad, todo había cambiado menos el sentimiento de repulsión por la carne podrida llamada sociedad. Me incrusté en pasos poco iluminados y tomé a todo transeúnte que caminara por la zona. No sé si cuantos fueron, más de dieciséis y no más de treinta. Cuando recobré mi esplendor corrí alocado por las calles, todos me contemplaban como un loco con ropas raídas de siglos pasados. El amor me guiaba, me guiaba una vieja fragancia que creí que jamás iba a volver a saborear.
Allí estaba él, como si de una estatua se tratara, en medio del bullicio de una noche de verano. Parecía estar perdido, su mirada denotaba frialdad y sus ropas caían como en el cuerpo de un muerto. Caminé hasta él y apoyé mi cabeza sobre su pecho, no dijo nada, para sentir más tarde su mano jugando con mis cabellos. Parecía reconocerme como hacen los invidentes. Vestía como un joven corriente de esta época apocalíptica y sin sentido. Me tomó de la mano para llevarme a su guarida, allí me hizo darme un baño y me regaló algunas prendas. Besé sus labios en incontables ocasiones, sus manos atadas a las mías y su mirada impactante clavándose en la mía. Creí que la felicidad me había visitado, en realidad tan sólo era un espejismo. Me apartó de él, como años atrás, dejó dinero en la mesilla de la entrada y pidió que me fuera. No me había perdonado, aquel descuido había destrozado su amor por mí. Éramos uno y yo rompí la unión por culpa de mis mentiras. Por siempre seré recordado como el condenado de las sombras.
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Porque las mentiras matan el amor... jamás mintais... sed sinceros y guardad secretos aunque os marchite el corazón
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