miércoles, 29 de agosto de 2007

Diario










[Reza, ora, por las almas que caerán
Que morirán por culpa de tu necedad]


En medio de la nada enjaulado en un dolor agudo se presenta la muerte. Revolotean mariposas negras sobre rosas marchitas de un jardín corrupto. El hedor a cadáveres hace imposible la estancia y el silencio hace estallar los tímpanos. Allí postrado ante las lápidas y tumbas se encuentra el espectro del terror. Sus huesudas manos apoyadas sobre sus piernas y su hoz, su rostro cubierto por las gasas negras que son su atuendo habitual. Nada perturba sus pensamientos mientras memoriza los nombres de los que hoy deben yacer en su mano. Sé que su trabajo le produce placer, ver como se destruye lo que jamás poseyó acabar entre sus dedos.

¿A cuantos les ha robado el futuro? ¿Cuántos se han quedado sin sueños? ¿Su dedo es imparcial?

Son las preguntas más comunes que nos hacemos cuando la vemos danzar, cuando se lleva a un familiar o en momentos de calma en medio de la noche tras una pesadilla. Yo sé la verdad, es incontable a cuantos ha destruido y ella misma no lo sabe. Los sueños son pompas de jabón, son insignificantes si no se pone empeño y si no se cumplen no es su culpa, sino la nuestra. Su dedo es imparcial, la lista ya le viene dada por su hermana la vida y por lo tanto ella tan sólo cumple los objetivos de su gemela.

-Lestat, deja de murmurar y describir lo que ves.-Susurró rompiendo el encanto de mi pasaje.

-¿A caso no puedo?-Mascullé.

-La regla que te di es ver donde yacen los que tu destruiste, contemplar el horror de los siglos y comprender que tú eres yo y yo soy tú. No puedes hacer un libro de esto, esta prohibido.-
Respondió con voz grabe, oscura y serena.

-Yo nunca he seguido las reglas.-Dije con risa burlona.

-Si pudiera matarte lo haría, pero tu hora no llega aún.-Susurró aferrándose a su bastón.

-Lo sé, ni llegará.-Comenté seguro de mi inmortalidad.

-Hasta el fin del mundo.-Respondió.

-Sí, hasta el fin del mundo.-Dije jugando con las palabras, con el siseo que producían tras mis dientes.

-¿A cuantos has matado sin tener que aproximarte a ellos? ¿A cuantos has deslumbrado y matado su intelecto?-Preguntó clavando su mirada en mí, no podía ver su rostro sin embargo lo noté.

-No lo sé.-Comenté con rostro sereno intentando recordar, pero me era incapaz.

-A cientos, más de los que tus dientes han saboreado. Eres un insolente, un arrogante, que tiene bajo la tapa de su cráneo demasiada inteligencia y fuerza. Con solo una palabra destruyes a miles, con solo una. Sabes juzgar sin conocer porque antes de hablar con esa persona ya la has estudiado durante horas.-Dijo levantándose y caminando hasta mí, luego todo se desvaneció y desperté ante la pantalla del ordenador.

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