
El dios sin nombre...el ángel de la buena madre...
EL DEMONIO RUBIO
Me encontraba meditabundo sobre mi vida, mi legado, mientras la luz de la luna iluminaba levemente mis manos. Tan pálido como un ángel de mármol. Días atrás la Reina de los Condenados me comparó con un ángel, un dios sin nombre ante todos los hombres. Yo deseaba volver a mi estado original; aquel en el cual no tenía tantos poderes y era feliz soñando con una Madre Buena, no tan destructiva. Yo había sido un joven arrebatador, pasional, que correteaba por su pequeño jardín salvaje sediento de aventuras y deseando destruir normas. Siempre odié las normas, reducían mi libertad.
Armand jugaba con Santino con las piezas del ajedrez, no mucho tiempo atrás ella me había llamado ajedrecista comparándome con Marius. Mi maestro, mi amado hijo de los milenios, se paseaba por las estancias y me cuestionaba sobre mi novela. Gabrielle y Jesse se hicieron intimas. Maharet conversaba con su hermana hasta que la llevó lejos de todo y de todos, quería guardar la fuente original que ahora era. Daniel intentaba que Khayman le contara como era Troya o la antigua Grecia. Yo me había vuelto un anciano. Pandora tan sólo se sentaba ante la televisión, como yo ante la pantalla del ordenador.
Mi vida se había convertido en rutina. ¿Dónde quedaba el joven aventurero? Sí, ese que se escapó de casa en más de una ocasión o aquel que se enfrentó a los lobos. Ya no quedaba nada del Lestat juvenil de los cafés y plazas en la hermosa París. Nada, absolutamente nada. No hacía más que recordar las muertes que había causado en el templo de Azim. No había vuelta atrás. Ya no se hablaba de las matanzas del concierto, tampoco de las de los varones de varias ciudades de países tercermundistas, no. Parece ser que el ser humano tan sólo recuerda las noticias que dan un día, al siguiente es historia y eso no interesa. Así va el mundo, no recuerdan sus errores ni a los muertos… ¿Cómo van a ir a mejor? Aunque eso no quita que Akasha tuviera razón, pues no debemos intervenir. Nosotros ya no formamos parte del mundo, no hay lugar para nosotros y mucho menos para decir que es nuestro Jardín Salvaje. No les pertenecemos, como tampoco nosotros a ellos. Es grata su compañía, su sangre y sus experiencias, pero nada más. Yo también intervine en sus vidas ávido de fama, de aplausos, de reconocimiento y de deseos de que se revelaran. Hice mal, aunque sin embargo me encanta. Me enloquece meterme en líos, sin embargo en esos instantes únicamente pensaba en sus ojos negros, inertes, mirándome con la mandíbula desencajada. Ella había muerto, el mundo estaba a salvo y yo había notado un terrible cambio. Mis poderes me asustaban, no tenía límites y eso me aterraba.
Pero algo se iluminó en mí. El viaje con Louis a Talamasca me abrió los ojos. Ahora volvía a estar en mi trance de niño malcriado, se me antojaron nuevas locuras en un mundo de aventuras sin límite. La luz de luna me abrigaba, al igual que la noche, y Marius retumbaba en mi cabeza proliferando maldiciones por quebrantar una de las reglas. Las malditas normas de comportamiento creadas tan sólo para nuestra seguridad, la seguridad de todos incluidos los mortales. Si bien los humanos no creen que nosotros existamos, dudan de todo incluso de ellos mismos. No voy a manipularles, ni a decirles que soy un Dios y mucho menos a dañarlos…tan sólo les nutriré de fantasía.
Armand jugaba con Santino con las piezas del ajedrez, no mucho tiempo atrás ella me había llamado ajedrecista comparándome con Marius. Mi maestro, mi amado hijo de los milenios, se paseaba por las estancias y me cuestionaba sobre mi novela. Gabrielle y Jesse se hicieron intimas. Maharet conversaba con su hermana hasta que la llevó lejos de todo y de todos, quería guardar la fuente original que ahora era. Daniel intentaba que Khayman le contara como era Troya o la antigua Grecia. Yo me había vuelto un anciano. Pandora tan sólo se sentaba ante la televisión, como yo ante la pantalla del ordenador.
Mi vida se había convertido en rutina. ¿Dónde quedaba el joven aventurero? Sí, ese que se escapó de casa en más de una ocasión o aquel que se enfrentó a los lobos. Ya no quedaba nada del Lestat juvenil de los cafés y plazas en la hermosa París. Nada, absolutamente nada. No hacía más que recordar las muertes que había causado en el templo de Azim. No había vuelta atrás. Ya no se hablaba de las matanzas del concierto, tampoco de las de los varones de varias ciudades de países tercermundistas, no. Parece ser que el ser humano tan sólo recuerda las noticias que dan un día, al siguiente es historia y eso no interesa. Así va el mundo, no recuerdan sus errores ni a los muertos… ¿Cómo van a ir a mejor? Aunque eso no quita que Akasha tuviera razón, pues no debemos intervenir. Nosotros ya no formamos parte del mundo, no hay lugar para nosotros y mucho menos para decir que es nuestro Jardín Salvaje. No les pertenecemos, como tampoco nosotros a ellos. Es grata su compañía, su sangre y sus experiencias, pero nada más. Yo también intervine en sus vidas ávido de fama, de aplausos, de reconocimiento y de deseos de que se revelaran. Hice mal, aunque sin embargo me encanta. Me enloquece meterme en líos, sin embargo en esos instantes únicamente pensaba en sus ojos negros, inertes, mirándome con la mandíbula desencajada. Ella había muerto, el mundo estaba a salvo y yo había notado un terrible cambio. Mis poderes me asustaban, no tenía límites y eso me aterraba.
Pero algo se iluminó en mí. El viaje con Louis a Talamasca me abrió los ojos. Ahora volvía a estar en mi trance de niño malcriado, se me antojaron nuevas locuras en un mundo de aventuras sin límite. La luz de luna me abrigaba, al igual que la noche, y Marius retumbaba en mi cabeza proliferando maldiciones por quebrantar una de las reglas. Las malditas normas de comportamiento creadas tan sólo para nuestra seguridad, la seguridad de todos incluidos los mortales. Si bien los humanos no creen que nosotros existamos, dudan de todo incluso de ellos mismos. No voy a manipularles, ni a decirles que soy un Dios y mucho menos a dañarlos…tan sólo les nutriré de fantasía.
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