Un calor sofocante aplastaba la ciudad. En las calles no había ni un alma y el sonido de los grillos resonaba en el parque. Los árboles se mecían suavemente con una brisa incapaz de calmar el aliento del infierno. Las luces de las farolas iluminaban la negrura de la calzada y algunos habitantes de aquella colmena no podían descansar. Sin embargo una sombra se movía velozmente entre las mismísimas tinieblas. En uno de los departamentos había un joven que caminaba de un lado a otro de su alcoba. Parecía intranquilo mientras se fundía en sus pensamientos. El ruido de sus pies contrastaba el de la noche. Eran más de las tres de la madrugada y aún no había podido pegar ojo. Durante noches había tenido un mal presagio, sueños de sangre y horror, que le impedían abrazarse a su almohada.
Todo empezaba en medio de una jornada normal, al caer el sol del cielo, cuando su imaginación se expandía en frases que le hacía liberar su alma. Miraba largamente el horizonte de la ciudad, los perfiles indiscutibles e destructibles del progreso humano aplastando la naturaleza. Murmuraba ideas, mariposas negras revoloteando en las entrañas de su cráneo, y sentía un escalofrío. Entonces unos ojos ámbar asechaban en el rincón de su habitación, lo miraban clavándose en su alma buscando sus miedos. Se frotaba los ojos, espantado, y no había nada; pero luego sentía unos colmillos, unas fauces que lo atrapaban por el gaznate. Un vampiro, eso era, no había duda alguna.
Él no creía en ellos, aunque sí había escrito leyendas falsas sobre algunos mitos. Le seducía la idea de la inmortalidad y el poder innegable de estos seres. Tembló un momento y pensó en lo estúpido que debía verse. ¿Cómo podía tener tanto pánico? ¿Por qué tenía ese pavor hacia algo que no creía? Era ridículo, sin embargo el sentía el sueño como real. En ese instante el timbre lo sacó de sus pensamientos, sacudió la cabeza y caminó hasta la salita. No sabía quién podía ser a aquellas horas tan intempestivas, sin embargo parecía tener prisa. Fue hacia allí y observó por la mirilla, no había nada tan sólo negrura. Pero el timbre seguía sonando, sonando hasta hacerle perder la razón. Entonces enfurecido abrió y se encontró con la nada, sin embargo el timbre había sonado. Le tembló el labio y un sudor frío recorrió su frente, cerró dando un portazo para apoyar su espalda en la madera.
-Me estoy volviendo loco, paranoico, y todo por culpa de mi maldita imaginación.-Murmuró echándose hacia atrás el flequillo revuelto.
Se levantó pesadamente del suelo y volvió a su escritorio, comenzó a escribir y en ese preciso segundo cayó sobre él la sombra del vampiro. Lo alzó de su asiento, lo tomó entre sus brazos y la sangre corrió por sus labios. Se sentía bien aunque notaba el salado sabor del sudor, del pánico. El calor de aquel cuerpo contrarrestaba el suyo tan frío. Sus dedos se clavaban como garras en la carne, los huesos crujían bajo los músculos y la mirada alocada se quedó nublada. Cuando agotó hasta la última gota lo dejó caer a peso muerto sobre las losas, miró a su alrededor y contempló un santuario a los bohemios eternos. Su cabeza se ladeo, sus cabellos cayeron grácilmente sobre sus hombros y la túnica acarició la mano engarrotada del joven escritor. Había cientos de libros sobre una débil estantería, hermosas figurillas, dibujos y carátulas de películas junto a carteles de salas de cine.
Sonrió y murmuró algo imposible de descifrar. Entonces se sentó sobre el colchón, dirigió sus ojos hacia la ciudad y luego hacia el cadáver. Estaba en una posición imposible, había roto sus huesos y su piel estaba tan pálida como la de un papiro. Sobre el escritorio estaba el ordenador prendido con el título de una novela impreso en un nuevo documento. Una nueva sonrisa burlona se creó en su rostro, se levantó y tomó el portátil. Ahora sería él quien usara las pertenencias de ese estúpido.
-Sabes, Ángel, no se juega con fuego.-Dijo en voz alta.-Porque te puedes quemar.-Concluyó y se marchó de la escena del crimen aún con el sabor de la muerte en sus labios.
Todo empezaba en medio de una jornada normal, al caer el sol del cielo, cuando su imaginación se expandía en frases que le hacía liberar su alma. Miraba largamente el horizonte de la ciudad, los perfiles indiscutibles e destructibles del progreso humano aplastando la naturaleza. Murmuraba ideas, mariposas negras revoloteando en las entrañas de su cráneo, y sentía un escalofrío. Entonces unos ojos ámbar asechaban en el rincón de su habitación, lo miraban clavándose en su alma buscando sus miedos. Se frotaba los ojos, espantado, y no había nada; pero luego sentía unos colmillos, unas fauces que lo atrapaban por el gaznate. Un vampiro, eso era, no había duda alguna.
Él no creía en ellos, aunque sí había escrito leyendas falsas sobre algunos mitos. Le seducía la idea de la inmortalidad y el poder innegable de estos seres. Tembló un momento y pensó en lo estúpido que debía verse. ¿Cómo podía tener tanto pánico? ¿Por qué tenía ese pavor hacia algo que no creía? Era ridículo, sin embargo el sentía el sueño como real. En ese instante el timbre lo sacó de sus pensamientos, sacudió la cabeza y caminó hasta la salita. No sabía quién podía ser a aquellas horas tan intempestivas, sin embargo parecía tener prisa. Fue hacia allí y observó por la mirilla, no había nada tan sólo negrura. Pero el timbre seguía sonando, sonando hasta hacerle perder la razón. Entonces enfurecido abrió y se encontró con la nada, sin embargo el timbre había sonado. Le tembló el labio y un sudor frío recorrió su frente, cerró dando un portazo para apoyar su espalda en la madera.
-Me estoy volviendo loco, paranoico, y todo por culpa de mi maldita imaginación.-Murmuró echándose hacia atrás el flequillo revuelto.
Se levantó pesadamente del suelo y volvió a su escritorio, comenzó a escribir y en ese preciso segundo cayó sobre él la sombra del vampiro. Lo alzó de su asiento, lo tomó entre sus brazos y la sangre corrió por sus labios. Se sentía bien aunque notaba el salado sabor del sudor, del pánico. El calor de aquel cuerpo contrarrestaba el suyo tan frío. Sus dedos se clavaban como garras en la carne, los huesos crujían bajo los músculos y la mirada alocada se quedó nublada. Cuando agotó hasta la última gota lo dejó caer a peso muerto sobre las losas, miró a su alrededor y contempló un santuario a los bohemios eternos. Su cabeza se ladeo, sus cabellos cayeron grácilmente sobre sus hombros y la túnica acarició la mano engarrotada del joven escritor. Había cientos de libros sobre una débil estantería, hermosas figurillas, dibujos y carátulas de películas junto a carteles de salas de cine.
Sonrió y murmuró algo imposible de descifrar. Entonces se sentó sobre el colchón, dirigió sus ojos hacia la ciudad y luego hacia el cadáver. Estaba en una posición imposible, había roto sus huesos y su piel estaba tan pálida como la de un papiro. Sobre el escritorio estaba el ordenador prendido con el título de una novela impreso en un nuevo documento. Una nueva sonrisa burlona se creó en su rostro, se levantó y tomó el portátil. Ahora sería él quien usara las pertenencias de ese estúpido.
-Sabes, Ángel, no se juega con fuego.-Dijo en voz alta.-Porque te puedes quemar.-Concluyó y se marchó de la escena del crimen aún con el sabor de la muerte en sus labios.
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