Guerrero de Filosofía
Aquel que un día dijo: Quiero conocer todo el saber que puedo albergar en cada palabra, todo ese saber derramado a lo largo de los siglos y aislarlo en mi mente para vivir eternamente...para ser el principio y fin de la sabiduría...eso es lo que ambiciono, ser un maestro, mi propio maestro, con cada experiencia nueva que acumule. Sí, aquel que un día dijo esto mismo con sus acciones, palabras, temores, seductores desengaños y extraños sueños...sí, Romanus... va dedicado a la figura de este noble vampiro, de este ser de incontables secretos... y también a la persona que lo interpreta, que lo encarna, en mi rol y que conmigo es tan protectora mostrándome la verdad... a mi pareja.
te amo
Romanus, su vida y sus milagros.
Porque te amo, porque cuando lo interpretas quedo boquiabierto, porque eres seducción pura cuando muestras tus trabajos y en cada línea das a entender tus sentimientos más callados... porque tú eres MI ROMANUS y yo seré siempre tu pupilo...porque he conocido la calma, la sapiencia, el amor y la dulzura de tus labios...
Va por ti maestro...
A veces en la vida ocurren cosas que no sabemos controlar, pequeños instantes que invierten el recorrido que habíamos marcado. Tú eras un patronio, escribías sobre historia y filosofía enriqueciéndote con las cuestiones de otros. Eras de hermoso porte, ojos azules y cabellos de color de espigas de trigo. Tu madre era celta, se notaba en tu cuerpo robusto de guerrero aunque tu espada era la pluma y tu escudo el pergamino. Creías que seguirías tu camino como si nada, que tus textos quizás algún día serían laureados y que tu nombre ocuparía alguna página memorable; sin embargo te secuestraron en una pequeña taberna. Las creencias que tu pobre madre, esclavizada y deshonrada por un noble romano, vinieron a ti como una bocanada de aire gélido.
Mael te cantaba hermosas canciones proféticas, decían que serías un Dios del Árbol y tú tan sólo pensabas en tu aspecto desaliñado junto con tus proyectos. No querías ser dios de nadie, ser libre era lo que deseabas. Ya tenías bastante con tu maltrecha vida para preocuparte por la de otros. Cuando te llevaron ante el roble temblaste, miraste de reojo y clamaste misericordia. Eras un ateo rogando a todos los dioses por tu supervivencia. Allí te esperaba un vampiro, un esqueleto más bien con los ojos desorbitados. Se abalanzó a ti y tomó su forma real. Era un hombre algo corpulento, con músculos bien marcados y tez clara abrasada por las llamas de una hoguera. Sin duda era un ejemplar de guerrero, un hombre impresionante, sus colmillos susurraban la historia de unos padres primigenios y de que tenía que salir de allí. Él acabaría en una hoguera y tú escapándote del lugar con tus nuevos dones.
Cuando llegaste a Egipto y comprobaste que no te mentían tu mente quedó ocupada por la idea de protegerlos, te hiciste el guardián de Padre y Madre. Eras joven, atrevido, buscabas la verdad y encontraste a un antiguo amor. Compartiste todo con ella, incluso riñas absurdas que acabaron separándoos. Después de un tiempo a solas llenando tu casa de borrachos chocaste con Avicus y Mael. Avicus era como tu padre, el que te creó, aunque mucho más hermoso y de tez más clara. Un sentimiento de amor mutuo se enlazó y fue al primer hombre que deseaste por completo, aunque Mael estaba presente no dudabas en ofrecer tu amor y conocimientos a aquel guerrero. Llegaron nuevos vampiros, hijos de la serpiente, y creían que ellos tenían la verdad de todo en su mano. Llevaste a ambos ante los padres, bebieron de madre y Roma cayó dominada. Todo el lugar era muerte, ruinas y terror. Quedaste dormido en la cripta que les creaste pintada con maravillosas Venus, que recordaban a Pandora. Al despertar Avicus te rogó porque fueras con él y su criatura a Constantinopla. Más tarde tuviste que enfrentarte a Eudoxia y su instinto de creerse ama y señora de todo, la aniquilasteis y te hiciste cargo de su pequeña criatura. Enseñaste trucos para su supervivencia y la dejaste en manos de Avicus junto a Mael.
Tras ir de aquí para allá acabaste en Venecia y te hiciste el Maestro de una legión de muchachos. Allí en malas condiciones encontraste a Amadeo, lo hiciste tu pequeña criatura y le cuidaste hasta que lo convertiste por amor, por locura. Santino, el líder de una secta demoníaca, había sido tu enemigo antes de crear a tu muchacho, antes de encontrar a ese niño, y te lo arrebató mientras te cubrían las llamas. Bianca, una joven que parecía sacada de las pinturas de Botticelli el cual conociste y admiraste, te ayudó en esa travesía. Erais amigos, muy buenos amigos, y ella se convirtió en tu sostén mientras tú la convertías en una dama nocturna. Cuando la llevaste ante
Un día cualquiera, en una fiesta cualquiera, tras años buscándola insaciablemente la hallaste y como siempre peleaste con ella. Estaba hecha una furia y por lo que le contaste Bianca te dejó. Sí, dijiste que la abandonarías por ella y por lo tanto no soportó que su ser amado la usara como mercadería. Quedaste solo nuevamente carcomido por el dolor. Pero la locura llegó a tu vida, ¡y que locura!.
Conociste a un rubio alocado de antepasados celtas, mirada irónica como sus palabras, obsesionado con el teatro y con la vida en sí. Quería conocer, ansiaba saber. Aquel ser que deboraba libros, te buscaba por todo los rincones del mundo y acompañado de su madre, a la vez hija de las sombras, llegó a ti o más bien llegaste tú a él. Estaba enterrado en medio de un patio de una casucha en Egipto. Le habían roto el alma al conocer que su violinista se había suicidado arrogándose al fuego. Te conocía por las imágenes que desprendía Armand, tu Amadeo. Le confesaste tu mayor secreto, ese que desconocía tu hijo de cabellos cobrizos, y él avivó a ambos con el son de su violín. Más bien despertó a la reina y el rey por los celos fue a destruirlo. Los calmaste como buenamente pudiste y pediste que se marchara recordándole tus premisas. Rogaste que no confesara nada de lo visto, que creara a sus hijos por amor y no por capricho junto a no hacer pequeños inmortales. Cómo siempre, él no hizo caso. Ya sabes como soy, mi querido maestro, nunca lo hago.
Cuando la reina volvió a despertar caiste en el hielo, ella te arrojó allí. Se volvió cruel, tu imagen mental de ella cambió y te sumergiste en un trance terrible. Lestat en sus brazos se sentía usado, un pelele y te robaba. Sí Romanus, yo te rogaba. Eras mi maestro aún, yo siempre seré tu pupilo. Jamás creí que podría acabar todo así por el sonido metálico de mi banda, un estruendo que la despertó aniquilando todo. Sin embargo cuando todo volvió a su cauce ambos hablamos. Igual que cuando descendí a los infiernos, siempre hablamos. Mantenemos un diálogo incesante y tú me reprendes, como si fueras mi padre. Pero la realidad es que te amo, te adoro y no quiero pensar en el día que nos alejemos.
Gracias maestro por darme tu amor, gracias por condenarme a la locura.
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