lunes, 31 de diciembre de 2007

Diario / Incesto







Desde antes de nacer teníamos una relación especial, debíamos protegernos uno al otro como fuera. Con firmeza y fiereza librábamos batallas de corsarios, forajidos y seres inventados con la maravillosa magia de la mente. Éramos niños, pequeños e inocentes, que caminábamos de la mano soñando con un futuro unidos por nuestro lazo de hermanos. Teníamos quince años cuando comenzamos a experimentar los primeros besos, los nerviosismos de la primera cita y con diecisiete los cambios importantes que producían nuestros cuerpos. Sabíamos que debíamos de permanecer juntos, sin separarnos ni un instante. Nos había tocado el don de la humillación continua, un amor extraño que nos hacía ser blanco de la burla fácil, la homosexualidad. Ambos conocíamos bien nuestros gustos y en ocasiones se nos cruzaban ideas inoportunas en nuestras prodigiosas mentes. Niños superdotados, con ojos claros, piel perfecta, cabellos de sedosa noche y figura esbelta…uno más dominante que otro, uno más belicoso y otro más dotado al don de la palabra.

Él se llamaba Dominic, yo me llamaba André. Ambos éramos una sola alma, como aún hoy lo somos, y luchábamos día a día por conquistar una parcela de felicidad. Solía sonreír levemente ante sus palabras, sus textos de amor me enloquecía y yo lo volvía demente ante mi erotismo exacerbado en mis románticos escritos de lujuria y dolor. Solía sentarse sobre mis piernas y ruborizarse ante el roce de mis labios, solía susurrarle mis obras al oído con pausa dejando que la sensualidad le envolviera. Era mi hermano y mi confesor, también mi verdadero amor. Solía ocultarlo y dejar que él me acariciara el rostro sin que su conciencia se nublara con dudas.

Sin embargo un día no pude más y estallé besando sus labios. Estábamos solos en casa, nuestros padres habían salido a la representación escolar de nuestra hermana pequeña. La nieve caía y el hogar estaba impregnado en un aroma a leña, la chimenea estaba encendida y tomábamos un poco de cacao mientras conversábamos. Él reía descaradamente burlándose de los que una vez nos insultaron, machacaron y terminaron con pareja del mismo sexo. Era extraño, muy extraño, y ambos tejamos las tazas sobre la mesa. Apagamos el televisor que no veíamos y nos miramos profundamente. Él se mordió el labio y sonrió erótico, cargado de necesidad al igual que yo. Aún no habíamos hecho el amor con nadie, el sexo no era tabú pero no éramos capaces de proseguir algo tan especial, tan puro, con un cualquiera.

-¿Qué estas mirando?-Preguntó ruborizado deslizando su mirada al borde de la mesa.

-Tu boca y me pregunto cómo debe sentirse sobre la mía.-Dije aproximándome a él para lamer lentamente la comisura de sus labios, luego me arrojé sobre él y la locura me bañó.

-¿Qué haces?-Susurró sin saber porqué lo hacia.

-Te amo.-Mascullé deshaciéndome de mi camiseta.

-¿Me amas?-Preguntó ruborizándose, tartamudeando e intentando no temblar, pero lo hacía.

-Tranquilo, lo haré lo mejor que sé.-Susurré recostándolo lentamente en el sofá. Quité su parte de arriba y lamí su torso, mis labios rodaron junto a mi lengua sobre su pecho. Sus pezones se endurecieron y su boca se contorsionó en un placentero primer gemido, suave pero profundo. Comencé a acariciar sus piernas por encima de los vaqueros y nuestra respiración se aceleró. Él me miraba desconcertado y necesitado, una mezcla que me endemoniaba. Le arranqué los pantalones y yo bajé los míos. Sus labios apoderaron mi miembro, sentí la humedad de su lengua y como se deslizaba por mi virilidad. Gemí eché hacia atrás mi cabeza, mis cabellos se empaparon en las perlas de sudor de mi frente y lo aparté momentáneamente. Alcé sus caderas e introduje uno de mis dedos, ahora quién se debilitaba por el placer era él y no tardé en introducirme. Lentamente me fui haciendo hueco, ensanchando su entrada y sumergiéndome con movimientos rítmicos. Era suave, sin embargo profundo y ambos gozábamos. Acabé por acelerar de una forma asombrosa, mis caderas se volvieron locas y mis manos azotaron su trasero abriendo luego más sus piernas. Su esencia y la mía se liberaron en la misma décima de segundo y sonreímos placenteramente.

En ese precioso momento nos volvimos amantes, unidos por un amor imposible y místico. Nuestros padres no lo saben y nadie lo sospecha, pero nos hemos jurado amor eterno. Él es mi pareja y mi hermano…ambos vinimos de la misma madre y a diferencia de Abel y Caín, nosotros jamás podríamos hacernos daño.

Dedicado a:

G. Romanus

Si fuera tu hermano sería el mayor de los pecadores…

Porque jamás dejaría de desear tu piel

Añorar tus labios, aunque por ello tenga que pagar un alto precio

O quedar seducido por completo por el calor de tu abrazo.

Te amo

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{Iwaki and Katou} <3 [Tócame]

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Di NO a la Homofobia, la peor enfermedad