viernes, 4 de enero de 2008

Harem








Me había sentido extraño durante todo el día y decidí emerger a la superficie. Fuera estaba todo nevado y el manto blanco me deslumbraba por completo. Comencé a caminar por uno de los senderos como cualquier otro muchacho del lugar. Los árboles inmensos alzaban sus brazos hacia el cielo, algunos desnudos y debilitados mientras otros tan sólo hacían gala de un verdor perenne. Vislumbraba todo como si fuera un relato fantástico, pero la verdad era que quien parecía sacado de un libro era yo. El príncipe de los demonios, el mismísimo Lucifer, deambulando entre los hombres para sentirse en paz consigo mismo. Entonces percibí que comenzaban a caer nuevos copos de nieve y en ese preciso instante observé a un muchacho que corría próximo a mí.

Sus cabellos eran del mismísimo color que la sangre, su piel era pálida y sus ojos enormes eran del color de mis alas, grises. Lo paré atrapándolo del brazo y sonreí altivamente. Su rostro se endureció con mil preguntas ante mi reacción y yo tan sólo me quedé en silencio escrutándole con malicia. Sus ropas eran algo caras pero poco recargadas, la capa junto a las demás prendas eran como su mirada.

-Suéltame.-Masculló tirando de si mismo para liberarse.

-¿Qué ganaría con ello?-Dije atrapándolo entre mis brazos.

-Que no le haga daño.-Musitó intentando respirar ante la rabia y furia contenida.

-Permíteme que me ría.-Respondí en tono de mofa.

-Aquí donde me ve no soy tan inútil como piensa.-Dijo clavando sus pupilas en las mías con un fulgor extraño que me incitó a besarlo. Mi lengua se introdujo con violencia en su boca y le robé el más delicioso de los besos. Mi boca absorbía la suya por completo y mis labios quedaban seducidos por la humedad de los suyos. Cuando cesé sonreí con la perversión rondando mi rostro.-¡¿Quién demonios se ha creído que es?!-Gritó deshaciéndose de mí para dejar ver un aura de rojizo fulgor.

-El mismísimo demonio, para servir a sus labios y a su trasero si no le importa.-Contesté entre risas para agarrarlo nuevamente.-No me das miedo, un hechicero como tú contra mí no tendría oportunidad alguna.-Susurré convencido de que era de una de las razas humanas más fuertes, pero inútiles comparadas conmigo.

-Imposible.-Balbuceó mostrando el horror en su rostro, pero lo mutó al asombro cuando desplegué mis alas para alzarme entre la arboleda.

-Vendrás conmigo.-Susurré entornando los ojos y esfumándome con él hasta mis mazmorras.

El infierno no es como lo pintan, no es una bola de fuego y rocas humeantes con aroma azufre. Es más bien un desierto en un universo paralelo, algo parecido a Marte, pero con un calor sofocante haciéndonos viajar por él con telas de gasas. Un contraste de temperatura bastante elevado si tenemos en cuenta de que proveníamos de una nevada. Él no dijo nada, quizás por el pavor que yo le regalaba con mi rostro serio y mi presencia. Caminé con él en mis brazos durante un par de metros hasta introducirme en mi palacio, un lugar que parecía sacado de un cuento de hadas y donde se estaba fresco lejos del calor del exterior.

Nada más llegar le dejé en brazos de uno de mis ayudantes. Pedí que lo desnudaran, lavaran y acomodaran las ropas más lujosas que pudieran, más tarde deberían llevarlo a mis aposentos. Mi habitación es bastante amplia, fresca y algo oscura. Posee en el centro una hermosa cama de casi dos metros de anchura, más de dos de largo, y un hermoso dosel. Las ropas son blancas, de pureza invernal como el paisaje que dejé atrás con él en mi regazo. Caí entonces en la cuenta que no sabía su nombre, sin embargo no me importaba, y la pequeña fuente que refrescaba el ambiente canturreaba ante la voluptuosidad de mi riqueza.

Cuando lo trajeron parecía un hermoso esclavo, no decía ni hacía nada, tan sólo existía en él sumisión y reí ante aquella maravillosa visión. Pedí con un gesto que se marcharan y cerraran la puerta, después pedí que él caminara hacia mí tan sólo con la mirada. Bajo las gasas blancas se podían observar los rasgos de su cuerpo, un maravilloso muñeco de porcelana al que acariciar hasta que estallara en mil pedazos.

-¿Qué pasó con tu furia?-Pregunté deleitándome con aquella visión.

-Se esfumó como mi libertad.-Masculló recostándose a mi lado.

-A cambio de lo que me vas a regalar te daré poderes nuevos, sin embargo me serás leal.-Susurré acariciando su rostro con delicadeza. Mis uñas arañaban levemente su piel y mis labios se deleitaban con el sabor de su cuello.

-No quiero nada, así que déjame.-Respondió intentando evadir mis caricias.

-Estas confuso pequeño, aquí nadie se va si no lo dicto yo.-Susurré cayendo sobre él. Mis dedos se deslizaron por sus piernas mientras mi boca lo hacía por la suya. Comencé a tocarlo con detenimiento, cada milímetro de su piel. Poco a poco lo fui desnudando, quitándole aquella prenda, y yo me quité la suya. Nuestros cuerpos quedaron desnudos y sonreí complacido ante aquella maravillosa visión.-Un virginal muchacho ofrecido a Satanás.-Mascullé robándole un beso pasional mientras me apoyaba en el colchón, mis manos se aferraron a la colcha y una de mis piernas separó las suyas.

-Hazlo rápido, no quiero que me hagas padecer más.-Murmuró empujándome.

Sonreí ante lo que dijo y bajé lentamente por su torso lamiéndolo para deleitarme hasta llevar a su vientre. Mis manos se deslizaron por su miembro besándolo mientras lo miraba con detenimiento. Me aparté de él cuando percibí una pequeña excitación. Fui hasta uno de mis armarios y tomé parte de una esencia frutal, un aceite con aromas. Posé un poco en mis dedos y me adentré en sus nalgas masajeando su interior. Sus gemidos comenzaron a brotar al ritmo que mi necesidad aumentaba, me adentré en él arrebatándole todo. Su aliento se cortó, su cuerpo se estremeció y de su boca no emergió ningún sonido, creo que se quedó sin poder emitir ninguno. Comencé a moverme con brío, deseando verterme en su interior mancillándolo perpetuamente. Su esencia se vertió varios minutos antes que yo lo hiciera. Sonreí nuevamente ante su rostro sumergido en el placer, para luego abandonarlo.

Lo dejé en medio de la nieve bien abrigado, pero el aire lo helaba. No supe más de él por un tiempo, hasta que tuvo veinticinco años y lo hice mi sirviente. Desde entonces es un peón más de mi tablero, aunque el rey de mi harem.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusto tu blog, aunque me marea un poco el fondo.
Que lata que allá que llegar a escribir ese mensaje (Si eres homofóbico, transfóbico o alguno de los que estoy demandando...NO COMENTES), ojalás dejaran de existir ese tipo de personas homofobicas, Que no hacen más que dañar, Aunque hasta el momento no he sufrido de discriminacion.

Saludos

{Iwaki and Katou} <3 [Tócame]

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