Cruz y Sexo
Baja de la cruz y haz el rito
Estamos bajo tu mirada firme
Mientras marco un fuerte ritmo
Nos envidias, porque somos libres
Baja del madero, baja…y únete a nuestro evento.
Hacía años que no viajaba al pueblo de mi madre, pero había fallecido y tenía que hacerlo. Odiaba a gente chabacana, estúpida y metiche que solían deambular por sus calles. Oficiaron la misa y ni me aproximé a la entrada de la Iglesia, odiaba todo culto estúpido a un Dios inexistente. Cuando salieron todos seguí a mis hermanos y al resto de mi familia hasta el cementerio. Allí la enterramos bajo una falsa lápida de no te olvidaremos, ellos jamás la tuvieron en cuenta y siempre fui yo el que la consolaba a través del teléfono.
Permanecí días allí en aquel lugar, era un conglomerado de casitas blancas al borde de la falda de una montaña. Los tejados, las flores, las rejas y todo en general parecía de la posguerra. Deambulaba por las calles de noche, cuando apenas había nadie o quizás algún borracho, para refrescar mi mente y pensar. Entonces me topé con un chico joven, de mi edad aproximadamente y de ojos felinos. Sonrió ampliamente y me tendió la mano. Decía ser el cura, el que había oficiado la misa funeraria de mi madre, y que se llamaba Jacobo. Me pareció increíble que fuera el párroco y de que alguien tan joven fuera tan ingenuo. En las grandes ciudades tenemos a Dios como un mito, pocos son los que creen en él y siguen sus “doctrinas” manipuladas a lo largo de los siglos. Hablamos durante horas y me invitó a tomar algo en su casa, estaba pegada a la iglesia y era bastante pequeña. Tan sólo tenía los enseres necesarios y una pequeña televisión que dudo aún si era a color.
No sé como sucedió pero minutos más tarde estábamos fundidos en un alocado beso, yo le arrancaba la ropa y él jadeaba. Sus hermosos ojos negros contrastaban con su piel nívea. Sus nalgas eran duras, perfectas, y su boca de labios algo gruesos pero no excesivamente grandes. Mis manos pellizcaban sus pezones mientras mordía su cuello. Parecía haberme estado buscando para aquello. Una idea se cruzó en mi loca cabeza, hacer el amor frente a las imágenes. Nos dirigimos a la iglesia por la puerta comunicante con su casa y allí nos arrojamos en el piso. Cristo nos contemplaba agonizando de dolor y mi hermoso párroco lo hacía de deseo.
Entré en él y con frenesí me moví sin cesar ni un segundo. Sus mejillas se sonrojaron y su boca se aferraba fieramente a la mía. Era un sexo entre dos animales en celo, bestias sin remedio apoderadas de un escandalosa lujuria. Mis manos se apoderaron de sus caderas y él de mis brazos. Al rato cambiamos de posición y dio con su rostro al suelo, su trasero me volvió a aceptar con necesidad innegable. Mis dedos acariciaban su espalda mientras gemía. Parecía escuchar un coro de ángeles en su voz. Di una palmada fuerte a una de sus nalgas y mi esencia se vertió. Él no aguantó aquel chorro de calor en sus entrañas y se vino segundos después. Después de rodillas como si fuera a orar tomó mi daga y la clavó hasta su garganta. Durante horas estuvimos frenéticos ante los símbolos corruptos de una religión moribunda.
Hace un par de meses que llegó a mi correo una carta suya, deseaba verme de nuevo y me comentaba que había dejado el sacerdocio. Fue una lástima porque nada más dejar el pueblo, tras insistirle días, busqué el amor en otros brazos. Ahora es mi amante a escondidas de mi pareja y de todo, quiero hacerle pagar el precio por preferir a su estúpida creencia antes que a mí.
Estamos bajo tu mirada firme
Mientras marco un fuerte ritmo
Nos envidias, porque somos libres
Baja del madero, baja…y únete a nuestro evento.
Hacía años que no viajaba al pueblo de mi madre, pero había fallecido y tenía que hacerlo. Odiaba a gente chabacana, estúpida y metiche que solían deambular por sus calles. Oficiaron la misa y ni me aproximé a la entrada de la Iglesia, odiaba todo culto estúpido a un Dios inexistente. Cuando salieron todos seguí a mis hermanos y al resto de mi familia hasta el cementerio. Allí la enterramos bajo una falsa lápida de no te olvidaremos, ellos jamás la tuvieron en cuenta y siempre fui yo el que la consolaba a través del teléfono.
Permanecí días allí en aquel lugar, era un conglomerado de casitas blancas al borde de la falda de una montaña. Los tejados, las flores, las rejas y todo en general parecía de la posguerra. Deambulaba por las calles de noche, cuando apenas había nadie o quizás algún borracho, para refrescar mi mente y pensar. Entonces me topé con un chico joven, de mi edad aproximadamente y de ojos felinos. Sonrió ampliamente y me tendió la mano. Decía ser el cura, el que había oficiado la misa funeraria de mi madre, y que se llamaba Jacobo. Me pareció increíble que fuera el párroco y de que alguien tan joven fuera tan ingenuo. En las grandes ciudades tenemos a Dios como un mito, pocos son los que creen en él y siguen sus “doctrinas” manipuladas a lo largo de los siglos. Hablamos durante horas y me invitó a tomar algo en su casa, estaba pegada a la iglesia y era bastante pequeña. Tan sólo tenía los enseres necesarios y una pequeña televisión que dudo aún si era a color.
No sé como sucedió pero minutos más tarde estábamos fundidos en un alocado beso, yo le arrancaba la ropa y él jadeaba. Sus hermosos ojos negros contrastaban con su piel nívea. Sus nalgas eran duras, perfectas, y su boca de labios algo gruesos pero no excesivamente grandes. Mis manos pellizcaban sus pezones mientras mordía su cuello. Parecía haberme estado buscando para aquello. Una idea se cruzó en mi loca cabeza, hacer el amor frente a las imágenes. Nos dirigimos a la iglesia por la puerta comunicante con su casa y allí nos arrojamos en el piso. Cristo nos contemplaba agonizando de dolor y mi hermoso párroco lo hacía de deseo.
Entré en él y con frenesí me moví sin cesar ni un segundo. Sus mejillas se sonrojaron y su boca se aferraba fieramente a la mía. Era un sexo entre dos animales en celo, bestias sin remedio apoderadas de un escandalosa lujuria. Mis manos se apoderaron de sus caderas y él de mis brazos. Al rato cambiamos de posición y dio con su rostro al suelo, su trasero me volvió a aceptar con necesidad innegable. Mis dedos acariciaban su espalda mientras gemía. Parecía escuchar un coro de ángeles en su voz. Di una palmada fuerte a una de sus nalgas y mi esencia se vertió. Él no aguantó aquel chorro de calor en sus entrañas y se vino segundos después. Después de rodillas como si fuera a orar tomó mi daga y la clavó hasta su garganta. Durante horas estuvimos frenéticos ante los símbolos corruptos de una religión moribunda.
Hace un par de meses que llegó a mi correo una carta suya, deseaba verme de nuevo y me comentaba que había dejado el sacerdocio. Fue una lástima porque nada más dejar el pueblo, tras insistirle días, busqué el amor en otros brazos. Ahora es mi amante a escondidas de mi pareja y de todo, quiero hacerle pagar el precio por preferir a su estúpida creencia antes que a mí.
1 comentario:
si ese relato es cierto solo me queda decir que a muchos nos toca siempre un curita.... parece que tenmeos mucho de que hablar..
Publicar un comentario