Yacía mi alma triste y callada, magullada por estúpidos que jamás me apreciaron y que tomaron mi amistad como un juego, hasta que comencé a revivir con un nuevo sentimiento. Mi mirada pétrea contempló los tablones del ataúd, un cofre de roble forrado de telas de seda roja, mientras mis dedos acariciaban la tapa. Despertaba, al fin lo hacía. Mis dedos eran piel y huesos.
-Has despertado.-Susurré.-Has vuelto a la vida mi hermoso ángel, ¿a quién seducirás en este nuevo siglo?-Me pregunté a mi mismo mientras a lo lejos oía música. Un estruendo de acordes melódicos y algo metálicos que envolvían mis oídos. Partí el ataúd y excavé como buenamente pude hasta la luz de la noche. En ese instante lo comprobé, era él. un antiguo amigo, músico, que creé y que en sus momentos de trances hipnóticos tocaba cualquier instrumento. Portaba una especie de guitarra y movía sus cabellos mientras la púa rasgaba las cuerdas.
-Eric.-Susurré tambaleándome después de más de cincuenta décadas bajo tierra.
-Ya era hora, llevo un par de años esperando esto.-Dijo mientras en su boca se dibujaba una sonrisa.-Ven conmigo, tendrás hambre.-Susurró agarrándome de la cintura.
-Sí, tengo que reponer fuerzas.-Comenté apoyando mi cabeza sobre sus hombros.
Después de que me llevara en busca de unas víctimas y de tomar mi aspecto habitual fuimos a su guardia. Allí me vestí con las ropas que me apetecieron y me miré al espejo comprobando que estaba restablecido.
-Siempre tan presumido maestro.-Dijo aproximándose a mí para rodearme con sus brazos.
-¿Qué has hecho sin mí?-Susurré.
-Nada importante, sobrevivir.-Respondió besando mi cuello.
Me giré y confirmé en su mirada que aún me deseaba. Tomé entre mis manos su rostro y luego las bajé hasta sus nalgas.
-Mi querido hijo.-Mascullé.-He vuelto para no apartarme de ti.-Comenté contemplando una mirada hipnótica de él.
-Siempre te esperé, porque siempre te amé.-Murmuró apoyando su cabeza sobre mi pecho. Acaricié sus cabellos, deslicé mis dedos entre ellos y besé su frente.
Mi pobre hijo, mi dulce creación y mi pasional amante… eso era él, jamás dejaría de serlo.
Recuerdo cuando lo conocí, el rock estaba comenzando a sonar en las emisoras y él quería aprender. Elvis era el rey, él esperaba algo menos delicado y creo que poco a poco se adaptó la música a él. Sí, el rock duro. Es un viejo rokero, lo es, pero sin embargo parece un muchachito de veinte años. Se asemeja a muchos de esos cantantes que aparecen en los videoclips con multitud de jóvenes siguiéndole los pasos. La ropa que usa son vaqueros desgastados o de cuero, sus camisetas son sin mangas arrancadas o de rejillas. Parece un alocado drogadicto de la música, la inyecta en sus oídos y danza con la guitarra mientras sus cabellos se esparcen.
-No llores.-Comenté escuchando el leve sonido del llanto.
-No lo haré.-Susurró y yo posé mi mano en su mentón, quería ver sus ojos y lamer sus lágrimas de rojo carmín. Besé sus mejillas y mordí sus labios para luego realizar un beso virulento.
Mis manos regresaron a sus nalgas y las suyas a mi rostro. Sus dedos jugueteaban con las marcas de mis pómulos y con la frialdad, en ese instante caliente, de mi piel. Le empujé hasta derribarlo en la cama. Solté su boca para irme a su cuello y un gemido se le escapó. Mi rodilla presionaba su entre pierna y mis manos subían por su vientre bajo la camiseta. Su vientre plano y bien marcado me enloquecía, al igual que su mirada de efervescente pasión. Luego me guié por la locura y posé una de ellas sobre su entre pierna, masajeando mi premio bajo sobre su pantalón. Un nuevo gemido se esparció por la habitación y se quitó la camiseta, yo por mi parte tuve que besar su torso.
-He echado en falta esto.-Dijo mordiéndose los labios mientras bajaba la cremallera e introducía mi mano en su pantalón.
Mi boca se llenó de él, pues sumergí su miembro entre mis labios mirándole con deseo. Él echó hacia atrás su cabeza, puesto que se había incorporado ligeramente, y cayó de nuevo completamente en el colchón. Sus dedos se anclaron a las sábanas y vi que era el momento propicio para despojarlo por completo de sus ropas. Quité sus botas sin desabrocharlas, sus calcetines para besar sus tobillos y luego el pantalón junto a la ropa interior. Francamente, no he visto cuerpo similar al suyo. Él abrió mi camisa en un impulso y me acarició el pecho, cuando le espiaba sobre él. Me tomó del cuello y me besó brutalmente, sentía la necesidad desbordarlo en cada uno de los poros de su piel. Entonces te aparté y me puse de rodillas sobre la cama para sacar de mi bragueta mi hombría. Mi miembro estaba erecto y tú mirada lo contempló como se contempla una obra de arte. Se aproximó a mí y lo tomó entre sus manos.
-No las uses, usa tu dulce boca.-Comenté aproximándoselo a sus labios. Me hizo caso y comenzó a tomarlo como un dulce caramelo. Lo saboreaba y lamía como si fuera helado mientras lo rodeaba en plenitud con sus fauces. Disfrutaba de sus caricias y me encendía por la nebulosa que cubría su mirada. Sus ojos parecían estar en otro universo, en el mundo de los placeres más carnales. Cuando me hastié de aquel placer probé con otro, sus nalgas. Le aparté de mí y como animal salvaje caí sobre su cuerpo haciendo que se estremeciera. Mojé dos de mis dedos en su saliva y los introduje ente las paredes de su trasero. Gimió, gimió son control, con aquellos movimientos circulares y profundos. Luego no pude evitar probar el sabor de su entrada y mis labios le regalaron caricias, para después introducir mi miembro con toda virulencia.
-Maestro.-Gimió en un grito de dolor.
Mis movimientos eran rápidos, profundos y clavándose en cada punto que provocaran orgasmos. Se movía con espasmos de dulce livinidosidad. Su cuerpo plagado de sangre, sudor más bien con toques rosáceos, y el mío también. Sus piernas se enredaban una en mis hombros y otra en mi cadera, para luego estar ambas rodeando mi cuello mientras empujaba con fuerza. Terminé vertiéndome en su interior y él lo hizo al infinito manchando aún más su figura. La sangre nos bañaba y el sexo también, nos besamos y quedamos agotados abrazados…
Ese fue mi despertar junto a él.
¿Por qué dormí? Porque discutimos y se marchó, por eso. Cuando regresé no pensé verlo a mi lado, fue como un maravilloso sueño hecho realidad.
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