lunes, 26 de noviembre de 2007

Diario





Tamah y Daren

Dicen que las almas opuestas se atraen y que las gemelas forman lazos imposibles de separar. Esto quedará como conclusión en vuestros corazones y pensamientos tras el fin del relato. Creed lo que cuento porque es cierto, como cierto que después de la noche viene la mañana.

Olvidar el sonido del tráfico, la contaminación, el aroma a gasolina, las prisas, los rascacielos cubiertos de oficinas, los luminosos, las aceras, el ruido de las bocinas, la comida enlatada o el consumismo que aflora en estas fechas. Comenzad a dibujar en vuestra mente un pequeño pueblo en el norte de Europa cubierto de nieve, el típico lugar de las postales que se envían por estas fechas a todos los lugares del mundo. Poned un pequeño campanario decrépito, el sonido lejano de sus campanas, las casuchas dispersas por el valle y la pequeña fila de hormigas que son el resto del poblado en torno a la calle mayor. Imaginad una fuente fresca y cristalina con su agua congelada por las bajas temperaturas. Ahora recorred el pueblo, contemplar los techos de pizarra y los ladrillos de adobe y piedras mal cinceladas; también las ventanas forjadas con pequeñas flores invernales trepando por sus rejas. Las pequeñas callejuelas mal asfaltadas están cubiertas de un manto blanco, había nevado toda la noche, y pocas huellas hay por los senderos. La pequeña escuela está cerrada y los niños en la plaza juegan con el regalo de la estación más fría del año. Hay algún que otro muñeco y la silueta de ángeles en el suelo. Por las esquinas corre un aroma a pan caliente recién hecho y el lechero anuncia que va llegando desde la colina.

¿Habéis podido fantasear con ese pequeño pueblucho de no más de doscientos habitantes? Ahora pensad que es una época antigua alrededor del siglo dieciocho y pensad como ellos, lo que sucedería si fueseis ellos. ¿Empezasteis a sentir el frío y el ruido de vuestras pisadas? ¿Pudisteis oír la llamada a misa? Sí es así bienvenidos al principio de este cuento, sin embargo antes debo de presentar a los protagonistas, Tamah y Daren.

Tamah era jovial, irónico y bastante dado a imaginar cosas intangibles. Según el párroco del pueblo estaba endiablado, pero no dudó en dejarle el encargo de que diseñara las vidrieras de la cruz central de la iglesia. Amaba contar historias, ya fueran de amor o tan sólo terroríficos relatos de las criaturas ocultas del bosque cercano. Se puede decir que su mente estaba plagada de imaginación, de una fantasía desbordante, y gracias a ellas le llamaban el contador de historias, en vez de llamarle simplemente el lechero. Tenía una porción de tierras al norte del pueblo, con su pequeña cabaña, y bajaba a diario por los senderos para vender el fruto de su esfuerzo. Sobre sus rasgos físicos digamos que además de lechero se conseguía su leña, como cualquier joven del poblado, y esto formaba su torso además de sus brazos. Sus cabellos eran espesos, azabaches y bastante largos. Era alguien robusto, como un fuerte roble o árbol ancestral, si bien su rostro era afable aunque sus ojos pétreos tuvieran una mirada profunda y lujuriosa. En algunos ratos libres solía aprender a leer, escribir y a tallar pequeños caballos de madera. Las mozas del pueblo deseaban ser desposadas por aquel muchacho, ese que jamás se relacionaba con las personas más allá de contar sus historias imposibles. Según decían amaba la soledad, estaba casada con ella, hasta que encontrara su alma gemela.

Daren era un rubio de ojos claros, tan claros como el riachuelo cristalino que bordeaba el pueblo. Su estatura era similar a la de Tamah, quizás un par de centímetros menos, y su rostro era un desafío a los propios ángeles del templo. Solía cantar en la misa, interpretar como Arcángel San Gabriel o de San Pedro cuando se hacía teatro dentro de la iglesia. Era pastor, tenía un rebaño de cabras al noroeste del poblado y vendía sus quesos, parte de la lana de sus ovejas y miel que conseguía de las abejas, junto a la cera. Sin embargo su momento favorito de la semana era cuando se reunía con otros jóvenes en la cantina, allí llegaba el otro muchacho y procedía su ritual de entretenimiento. Acababan borrachos cantando por el sendero hasta sus hogares. Las muchachas decían que era demasiado hermoso para ser el marido que buscaban, además de que su mirada asustaba por el brillo que desprendía. Era vitalista y amaba la naturaleza, aunque no tanto como interpretar aquellos escuetos papeles. Él buscaba libertad, no quería presiones y mucho menos grilletes. Su padre, que aún vivía, le pedía que buscara mujer antes de que llegara la primavera, porque según él moriría en el invierno. Jamás le hizo caso, decía lo mismo año tras año desde que él cumplió los diecisiete y ahora con veinticinco no iba a ser distinto.

Presentados ambos os contaré que es lo que realmente sucedía, lo que realmente sucedió y dejen que les confiese que yo soy Tamah.

Nos conocíamos desde que teníamos memoria. Ambos teníamos la misma edad, los mismos instintos hacia el arte y nos complementábamos a la perfección. Una noche después de salir de la taberna y regresar a nuestras casas, a duras penas por culpa de la ebriedad, caímos uno sobre otro frente a la puerta de mi hogar. Mi querido amigo se encontraba sobre mí y su boca posada sobre mi cuello. El aliento cálido en contraste con la nieve me hizo desear capturarlo entre mis brazos. Él a penas se movía y tan sólo reía intentando ineficazmente alejarse; entonces yo comencé a retirar los cabellos que caían sobre su rostro, para luego besarlo. Mi lengua se fundió en la calidez de su boca, sus labios acariciaban los míos y él siguió nervioso los instintos más primarios que poseemos. Sus manos se agarraron a mis hombros con firmeza y las mías se posaron en sus nalgas. En ese instante di un giro y caí sobre él como un animal herido, me levanté del suelo y lo tomé del brazo para levantarlo. Lo miré unos instantes e intenté hacerme a la idea de que era un hombre; sin embargo llevaba años enamorado de él y los celos me envenenaban cuando una jovencita se le acercaba, en ese instante me di cuenta que no volvería a tener una oportunidad semejante.

Le ayudé a caminar hasta la puerta para luego meterlo a trompicones. Su rostro dejaba ver confusión y excitación mientras se sostenía agarrándose a mí. En ese preciso instante lo arrojé a la cama y me desnudé con rapidez, con él hice lo mismo. Besé su cuello, mordí sus labios, acaricié cada rincón de su boca y de su piel. Sus dedos se enredaban en mis cabellos y los suyos se esparcían en mi almohada. Su miembro no tardó en aflorar la muestra de placer que sentía. Mis labios besaban su vientre y mi mano lo masturbaba con diligencia, él tan sólo gemía. Cuando me cansé de masajearle me recosté sobre Daren y abrí sus piernas para introducir mis garras. Su boca se abrió y sus ojos expandieron sus pupilas para sentir al unísono un grito de placer, mientras frotaba su entrepierna con la mía. Mis fauces no se quedaban quietas, estaba nervioso y se notaba aunque devorara cada rincón de su figura. Habíamos llegado a ese punto sin dirigirnos ni una palabra, ni una sola, y él parecía darme permiso con cada mirada.

-¡Eres mío!-Grité colocándome para sumergirme en su interior, saqué los dedos de mi mano derecha y coloqué mi daga.-No te quiero ver coquetear con ninguna fulana.-Dije entrando con virulencia y profundidad. Un alarido recorrió la habitación, que era en realidad toda la cabaña, pero no me detuve. Comencé a moverme con un ritmo constante, no demasiado rápido y mi aliento caía sobre su rostro. Cuando observé que sus lágrimas afloraron paré un instante y le di media vuelta, coloqué sus nalgas de espaldas a mí y clavé mi miembro con mayor firmeza. Los gemidos comenzaron a repetirse una y otra vez en su garganta mientras se desbordaban en sus labios. Me agarré de sus caderas sintiendo a las mías desbocarse y acabé aplastando su cabeza contra el colchón de pajas. Me cansé pronto de la posición y necesitaba ver su rostro así que volví a girarlo, esta vez él me agarró de los hombros y abrió bien sus piernas. Se retorcía de placentera lujuria para finalmente manchar nuestros cuerpos con su esencia; yo hice lo mismo en sus entrañas para luego caer agotado, como un árbol tras el último hachazo.

Tras retozar en aquel pequeño camastro nos quedamos dormidos y a la mañana siguiente él no estaba. Durante semanas se comportó lejano a mí, me evitaba y ya no bajaba a la taberna con la excusa que tenía que cuidar de su padre. Al llegar la primavera él bajó hasta mi cabaña, le dejé pasar y sentarse en la mesa junto al fuego. Sus ojos estaban bañados en lágrimas, que yo deseaba secar con caricias, para luego pedirme disculpas por lo sucedido. En ese maravilloso instante comenzamos a besarnos, fue de nuevo mío y esta vez sí eligió pareja para la primavera…aunque jamás se supo porqué los dos hombres más jóvenes de la región, los que tenían más posibilidad para casarse con las jovencitas más hermosas y bien preparadas, jamás se unieron en sagrado matrimonio.

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