Je t'aime
Mantengo aún el recuerdo de la noche en la que fuiste mío. Te secuestré entre mis brazos y te di refugio, el deseo corría por mi sangre y lo bombeaba el corazón a un ritmo brutal. Estabas impecablemente vestido, camisa negra y pantalones vaqueros algo caros junto con una chaqueta que te daba aires de adulto. Tus cabellos alborotados caían por tus hombros, el pendiente de tu lóbulo izquierdo brillaba en la oscuridad de tu pelo y tu sonrisa era encantadoramente sexy. Caminabas por la calle con aires de superioridad que poco a poco yo aniquilé, te hice ser mi esclavo en un vals imposible. Cruzamos la mirada, sonreíste algo sonrojado por mi picardía y arrojo al admirarte sin complejos. Quería que supieras que te estaba buscando, te deseaba. Tus ojos grises brillaron por un instante y temblaste. Cinco minutos después estábamos en un callejón oscuro besándonos henchidos de lujuria.
Recuerdo como mordí tu oreja izquierda, mi lengua jugaba sobre tu cuello y tú me abrazaba intentando tomar aire, te quitaba el aliento mi mano bajo tus pantalones. Te pegué a la pared mientras con la sobrante te desabotonaba. Tu arrogancia se volvió esclavitud, quedaste sumiso a mis deseos. Saqué mi mano derecha de tu entrepierna y acaricié junto a la otra tu torso, te mordí los pezones y jugué un rato a la seducción con mis ojos pardos. Me bajé los pantalones y te puse de rodillas, acaricié tu rostro e hice que tomaras entre tus labios mi miembro. Lo devorabas en cada milímetro y tuve que apoyarme con mis brazos sobre el muro. Tus manos acariciaban mi torso, mis nalgas y te aferrabas a mis piernas, mientras con tu mirada me pedías ser mío. Te alcé de la barbilla, te di media vuelta y recorrí tu espalda con dulces besos. Bajé tus pantalones cuando supe que estarías preparado, besé más allá de tus nalgas e introduje uno de mis dedos para coquetear con tu interior. Gemías, jadeabas, y te descontrolabas. Rocé mi entrepierna por tu espalda y sobre tus nalgas hasta que me introduje en ti. Tu calor y tu estrechez me dieron la bienvenida. Te quité por completo aquel vaquero, necesitaba abrir bien tus piernas. Te giré y besé con lujuria, te monté de nuevo sobre mi entrepierna y tus brazos rodearon mi cuello. Amaba sus cabellos alocados cayendo sobre tu frente. Los besos de fiereza y brutalidad sellaban tu boca, te hacían sentirte atado a mí hasta que mi esencia ensució tu interior. Tú lo hiciste después que te liberara de mis movimientos enérgicos.
Te vestiste rápido, nervioso de que nos hubieran visto y no te molestaste en preguntar mi nombre. Pero yo sabía el tuyo, también tus gustos y el encanto que despertabas en cualquiera en el que posaras tus hermosos ojos. Eres bello, inteligente e inquietante. Tus labios son un enigma, indescriptibles, porque son perfectos y han sido míos. Cualquiera que te vea pensara que eres frívolo y buscas riquezas sin sensibilidad alguna, pero en realidad eres fascinante y bohemio. Sé donde vives, de que te alimentas y que sueñas. Sin embargo aún no ha llegado el día de otra noche de sexo. Pero la próxima vez te llevaré a mi cama y allí te ataré a mi piel.
Recuerdo como mordí tu oreja izquierda, mi lengua jugaba sobre tu cuello y tú me abrazaba intentando tomar aire, te quitaba el aliento mi mano bajo tus pantalones. Te pegué a la pared mientras con la sobrante te desabotonaba. Tu arrogancia se volvió esclavitud, quedaste sumiso a mis deseos. Saqué mi mano derecha de tu entrepierna y acaricié junto a la otra tu torso, te mordí los pezones y jugué un rato a la seducción con mis ojos pardos. Me bajé los pantalones y te puse de rodillas, acaricié tu rostro e hice que tomaras entre tus labios mi miembro. Lo devorabas en cada milímetro y tuve que apoyarme con mis brazos sobre el muro. Tus manos acariciaban mi torso, mis nalgas y te aferrabas a mis piernas, mientras con tu mirada me pedías ser mío. Te alcé de la barbilla, te di media vuelta y recorrí tu espalda con dulces besos. Bajé tus pantalones cuando supe que estarías preparado, besé más allá de tus nalgas e introduje uno de mis dedos para coquetear con tu interior. Gemías, jadeabas, y te descontrolabas. Rocé mi entrepierna por tu espalda y sobre tus nalgas hasta que me introduje en ti. Tu calor y tu estrechez me dieron la bienvenida. Te quité por completo aquel vaquero, necesitaba abrir bien tus piernas. Te giré y besé con lujuria, te monté de nuevo sobre mi entrepierna y tus brazos rodearon mi cuello. Amaba sus cabellos alocados cayendo sobre tu frente. Los besos de fiereza y brutalidad sellaban tu boca, te hacían sentirte atado a mí hasta que mi esencia ensució tu interior. Tú lo hiciste después que te liberara de mis movimientos enérgicos.
Te vestiste rápido, nervioso de que nos hubieran visto y no te molestaste en preguntar mi nombre. Pero yo sabía el tuyo, también tus gustos y el encanto que despertabas en cualquiera en el que posaras tus hermosos ojos. Eres bello, inteligente e inquietante. Tus labios son un enigma, indescriptibles, porque son perfectos y han sido míos. Cualquiera que te vea pensara que eres frívolo y buscas riquezas sin sensibilidad alguna, pero en realidad eres fascinante y bohemio. Sé donde vives, de que te alimentas y que sueñas. Sin embargo aún no ha llegado el día de otra noche de sexo. Pero la próxima vez te llevaré a mi cama y allí te ataré a mi piel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario