Vampiro
Me encontraba en mi guarida repleta de libros, pinturas y bocetos de novelas que no lograba acabar. Los periódicos viejos se amontonaban en cajas clasificados por la fecha de edición, amaba releer los sucesos en el mundo fueran alegres o tristes. Solía tirarme en la cama sin hacer nada, mirando el techo encalado de blanco y susurrar frases de mis personajes. Trabajaba como periodista de opinión en una revista local, me pagaban lo necesario para vivir. Era sin duda un hombre que vivía el día a día, o mejor dicho la noche. Solía caminar por las calles de la ciudad en plena madrugada, me gustaba el ambiente intempestivo y sombrío que tenían algunas callejas. Aunque tengo que reconocer que busca algo más que oscuridad, soledad y borrachos. Me gustaba encontrar pequeños bohemios, pintores o escritores, que como yo disfrutaban del lugar cuando caía el sol.
Me gusta hablar de la noche en mis novelas, suelo usar todo lo que veo para crear el ambiente y los personajes. Aquel día escribía sobre un vampiro. Un joven noches atrás caminaba en medio de la Gran Vía con un aire de señor de las tinieblas, ojos hermosos y vivaces junto con una sonrisa canalla. Él me incitó a comenzar aquella locura de sangre, sexo, negrura, cristiandad desfasada, iglesias, cánticos, ataúdes y locura concentrada en las acciones de un asesino que mata por vivir. Era de cabellos castaños, ojos grises, barbilla perfecta y pómulos algo marcados. Su figura era delgada, aunque no excesivamente, y algo alto, pero no tanto como yo. Sin duda era ideal para ser un mártir y a la vez un violento desgraciado. Vivir entre el bien y el mal. Me hechizó, deseaba toparme con él y en esos momentos se me ocurrió salir de la cama, ir a darme una ducha y salir hasta los primeros rayos del sol. Tenía que encontrarlo, era mi base de inspiración.
Tras más de dos horas dando vueltas lo encontré sentado bajo la catedral. Sonreía pícaramente a la luna, su piel era pálida y parecía resplandecer. Realmente parecía un vampiro. Me encaminé hasta donde se encontraba y me senté intentando conversar. Él me miró con sus ojos impactantes, profundos y sombríos a la vez que luminosos. Sus labios no se movían apenas y su voz era delicada aunque grave. Momentos después me besaba, jamás lo había hecho con un hombre. Me excité y deseaba más. Su boca se apoderaba de la mía, su piel estaba fría y sus cabellos eran sedosos entre mis dedos. Me poyé en el muro y él se posó sobre mis piernas. Sonreía y se relamía los labios, parecía encantado. Sus besos surcaron mi rostros y luego mi cuello, hasta que sentí un agudo dolor. Bebía de mí, era lo que aparentaba, sin embargo no me importaba y lo abracé con deseo. Paró su beso de muerte y volvió a mi boca, susurró algo que no comprendí. Al día siguiente el párroco me despertó y aún mareado marché a mi casa.
No creo que sea producto de mis fantasías, sé que ellos existen y que no matan…tan sólo roban lo necesario…de mí no solo se llevó algo de sangre, sino también mi corazón.
Me gusta hablar de la noche en mis novelas, suelo usar todo lo que veo para crear el ambiente y los personajes. Aquel día escribía sobre un vampiro. Un joven noches atrás caminaba en medio de la Gran Vía con un aire de señor de las tinieblas, ojos hermosos y vivaces junto con una sonrisa canalla. Él me incitó a comenzar aquella locura de sangre, sexo, negrura, cristiandad desfasada, iglesias, cánticos, ataúdes y locura concentrada en las acciones de un asesino que mata por vivir. Era de cabellos castaños, ojos grises, barbilla perfecta y pómulos algo marcados. Su figura era delgada, aunque no excesivamente, y algo alto, pero no tanto como yo. Sin duda era ideal para ser un mártir y a la vez un violento desgraciado. Vivir entre el bien y el mal. Me hechizó, deseaba toparme con él y en esos momentos se me ocurrió salir de la cama, ir a darme una ducha y salir hasta los primeros rayos del sol. Tenía que encontrarlo, era mi base de inspiración.
Tras más de dos horas dando vueltas lo encontré sentado bajo la catedral. Sonreía pícaramente a la luna, su piel era pálida y parecía resplandecer. Realmente parecía un vampiro. Me encaminé hasta donde se encontraba y me senté intentando conversar. Él me miró con sus ojos impactantes, profundos y sombríos a la vez que luminosos. Sus labios no se movían apenas y su voz era delicada aunque grave. Momentos después me besaba, jamás lo había hecho con un hombre. Me excité y deseaba más. Su boca se apoderaba de la mía, su piel estaba fría y sus cabellos eran sedosos entre mis dedos. Me poyé en el muro y él se posó sobre mis piernas. Sonreía y se relamía los labios, parecía encantado. Sus besos surcaron mi rostros y luego mi cuello, hasta que sentí un agudo dolor. Bebía de mí, era lo que aparentaba, sin embargo no me importaba y lo abracé con deseo. Paró su beso de muerte y volvió a mi boca, susurró algo que no comprendí. Al día siguiente el párroco me despertó y aún mareado marché a mi casa.
No creo que sea producto de mis fantasías, sé que ellos existen y que no matan…tan sólo roban lo necesario…de mí no solo se llevó algo de sangre, sino también mi corazón.
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