[Sonríe, mi querido demonio sonríe
Todo lo que ves ahora te pertenece
Deja que mi huesudo dedo te guíe
Mientras la nueva vida te mece]
Mis palabras surcaron el ambiente rompiendo el silencio. Sus ojos se clavaban en los míos para luego desviarlos hasta mis colmillos. Mis labios surcaban sus hombros dulcemente, su cuello y su boca sin dejar de contemplarlo. Adoraba la expresión desconcertada de sus ojos, hablaba por ellos con un sentimiento de terror imposible de ocultar. Tragaba saliva cuando sentía mi piel fría sobre la suya y sobretodo cuando comencé a desnudar su torso. Mis dedos ágiles desabrochaban su camisa de blanco algodón y luego surcaban cada milímetro de sus pectorales. No podía articular palabra, estaba paralizado por el miedo y se dejaba manipular como un juguete. Me recosté sobre él apoyando mis piernas a ambos lados de su costado, inclinado caí rendido sus labios mi lengua para probar el paraíso con la punta de mi lengua y mis manos se posaban sobre sus hombros. Se agarró firmemente a las ropas del colchón. Estaba indefenso ante mi arrojo y mis deseos de apoderarme de él.
[Mi dulce niño, mi dulce criatura
Hermoso rostro de cuerpo de mármol
Yo te cuidaré en la eternidad con mesura
Protegiéndote de los rayos del sol]
Mi lengua recorría cada apartado paraje de su figura mientras sonreía lleno de placer al notarte tan perdido. Me dirigía una y otra vez a tu boca, me apoderaba de ella con mis fauces y fue cuando comenzaste a reaccionar. Puso sobre mis piernas sus manos para anclarse a mis muslos y así ayudarse a incorporarse, entonces lo aplasté al colchón con impulso. Mis dedos corretearon hasta su pantalón, le despojé del cinturón y bajé la cremallera.
[Yo te alejaré de la amarga tristeza
Arrancaré el dolor con mis dedos
Tu voz clamará al cielo como quien reza
Pero será por culpa del sexo con desenfreno]
Besé dulcemente su cuello y dejó que me deslizara entre su ropa interior mientras me mordía el labio inferior. Comenzó en ese instante a acariciar mi rostro, dibujándolo como alguien que no puede ver. Sonreí levemente y él se retorcía ante mis movimientos entre la bragueta de su pantalón. Cuando dejé de darle placer le liberé de sus botas, los calcetines y la poca ropa que le quedaba; luego me deshice de la mía y me recosté sobre él mientras mis dedos se introducían en su interior. Me apoderé de su aliento, lo envolví en lívido y mis brazos le ataron dejando su entrada. Bajé entonces hasta sus nalgas, le di la vuelta con delicadeza y agarré sus caderas con mis garras. Mi lengua se deslizó en aquel lugar, el paraíso del pecado, y toqué el punto de placer que le desataba. Cuando ya no pude más, no pude seguir aquellos juegos eróticos clavé mi daga. Su mirada se volvió confusa, un gemido de dolor y placer se escapó de sus dientes y mis dedos se clavaron en sus hombros. Sus manos se anclaron a mis brazos, me arañó y hundió sus uñas en mi espalda después. El vaivén de mis caderas lo mecía con locura. Me fundía en su calor, jadeaba y me evadía en cada embestida. El ritmo se acrecentaba para disminuirse y luego volver a la locura. Mi esencia se vertió en sus entrañas al percibir que la suya bañaba a ambos.
[Dulce ángel del desconsuelo, dulce enemigo del sol y amante de las sombras…seré tu guía abriendo mis alas negras conquistando tus pensamientos]
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