jueves, 22 de noviembre de 2007

Diario


Yacía en medio de la nada en un inmenso silencio. Era un templo abandonado, uno oculto bajo las mismísimas catacumbas de la antigua ciudad. Era la época de la revolución, la simplificación de la perdida de la historia por un avance incomprensible de la tecnología. Habíamos perdido todo, todo lo que una vez nos hizo grandes o palidecer. Los robots se movían por la ciudad, las calles estaban en calma y la delincuencia había disminuido. En el año tres mil veintisiete todo estaba en calma, aunque en realidad entre murmullos se oían cánticos de revolución. Los más ancianos no conocieron los viejos monumentos y debido a las inundaciones por culpa del cambio climático tuvieron que alzar los tabiques de los rascacielos. Ahora la poca historia que no estaba sumergida como la Atlántida se le llamaba catacumbas del pasado, o boca de los desgraciados. Allí vivían los mendigos, los pocos ladrones que sobrevivían robando una hogaza de pan. ¿Qué decir de las leyes? Los políticos no se votaban libremente, siempre estaban en el poder como en la época de las dictaduras. El desempleo era un cáncer que emanaba en cada casa, sin embargo los datos estaban manipulados. Si alguno osaba alzar su voz en contra de este genocidio, ya fuera por hambrunas causadas por falta de lluvias y estas dando a cosechas nefastas o clamando medicamentos por la intoxicación de algunas oleadas de nubes tóxicas, eran llevados al paredón. Alejado de todo, como he dicho, dormía. Se encontraba en una iglesia, su ataúd era un bello vestigio de artesanos hoy extintos y la única luz que germinaba allí eran las de una farola que aún emitía luz eléctrica.

Se llamaba Gabriel. Era un hombre de unos veinte años, aparentemente, de cabellos oscuros y algo largos, su cuerpo era la culminación de la perfección y sin embargo no movía ni un músculo. Su piel clara no soportaba la luz y él sí conoció la belleza de los edificios que ahora ocultaban los desechos y las aguas infectadas. En aquella iglesia tomó por esposo a un joven irascible y de mirada amarga. Lo de tomar por esposo es algo difícil de explicar. No, la Iglesia Católica jamás accedió a un matrimonio entre hombres, simplemente hicieron el amor hasta la extenuación antes de que todo se convirtiera en una guerra de religiones. Ellos eran partes incomprendidas del puzzle. Un creyente de dios, eso era, pero de un Dios particular y no de ese que se pintaban en vidrieras. El otro simplemente odiaba las religiones del mundo, se odiaba incluso a si mismo. Se conocieron allí mismo y en ese preciso instante se dieron si quiero con sus corazones, más tarde sería la sangre inmortal la que conquistaría el cuerpo del muchacho y Gabriel creería tener todo en su favor. Sin embargo media ciudad quedó asediada. Las bombas destruyendo parte de los edificios, masacrando, las disputas, los apedreamientos, el toque de queda y la agonía de vivir en las tinieblas sin poder hacer nada. El mundo que conocieron se volvió gris, aún más frío que su propia piel. Se alejaron, porque cada cual vio aquel Apocalipsis a su manera y decidieron combatirlo como mejor sabían.

Ángel decidió tomar las espadas. Era un guerrero, jamás dejó de serlo. Cuando conoció a su amante era un novelista frustrado, un canalla que empina el codo en los bares de carretera y sonríe a cualquiera que le invite a un nuevo trago; sin embargo había conseguido sobrevivir a mil enfrentamientos y le conocían como el Bohemio. Adoraba a su maestro, lo tenía en un podio demasiado inalcanzable y siempre se mostraba ante él con una maldita máscara que le impedía comprobar la magnificencia de su rostro. Sus ojos negros, tan pétreos como la propia noche de la nueva era que aparece incluso sin luna, se clavaban como dagas sobre las figuras de amantes envueltos en lujuria que pintaba su amante. Le amaba, sin duda le amaba, y odió su pasividad ante los hechos. Según él, los humanos podían matarse porque él no intervendría ni en su favor ni en su contra. Cuando este desapareció Gabriel fue a la cripta de la iglesia de San Marcos y se rindió a las penas que se adueñaban de su corazón.

[Dos ángeles, dos, provenidos del vientre de Lilith.]

Al despertar sus ojos contemplaron la soledad en la que se hallaba inmerso, el ruido de las ratas y el hedor a aguas corruptas le provocaron náuseas. Se revolvió en aquel cajón y se alzó tambaleante. Caminó a duras penas aferrándose a los bancos de madera podrida mientras sus pies chapoteaban sobre las losas. Cuando logró salir a la superficie era noche abierta. Su cuerpo famélico buscaba alimento y lo hizo con un par de mendigos que se saltaron el toque de queda. Después buscó con su mente el poder de otros como él, alzó sus brazos y bramó en un murmullo telepático sin encontrar respuestas. Entonces decidió caminar por aquel lugar inhóspito. Los edificios eran todos iguales, claro que era la zona obrera. Pocos vivían en los barrios residenciales con zona ajardinada y una cúpula que depuraba el aire. Los niños no llegaban al año de vida entre aquella contaminación y los que lo lograban durante su trayectoria vital tendría serios problemas como el resto de los ciudadanos. Los robots operaban en las fábricas y eran de memoria inteligente. Parecían humanos de verdad, que vivían como cualquier otro hombre, sin embargo eran meros androides programados para trabajar las veinticuatro horas del día.

Entonces, al girar una de las avenidas se encontró a un muchacho correteando ante un grupo de policías. Lo reconoció, era Ángel y se había camuflado en un humano. Le perseguían por saltarse la normativa, como no. Jamás supo de reglas, mucho menos de soportar injusticias y acababa siempre en un círculo vicioso de problemas. Gabriel le ayudó, como en los viejos tiempos y en ese instante su compañero emanó todo su poder. Aniquilaron a los robots, también eran la seguridad de aquellas calles. Tras esto entraron en una de las alcantarillas mientras sus labios se fundían en una locura incesante. El fuego de la pasión les devoraba las entrañas y habían olvidado sus rencillas por culpa de sus ideales. Se adoraron como a dos dioses, podrían o no creer en el hombre pero jamás fueron paganos de su amor. Y así resurgió la llama y así comenzó su verdadero mundo, su propio futuro en medio de un caos y un mundo corrupto que veían como hermoso.

Porque nada ni nadie puede impedir a un vampiro amar, mucho cerdos mentirosos y nefastos augurios…

Por ello te amo…

G X A

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{Iwaki and Katou} <3 [Tócame]

LA HOMOSEXUALIDAD NO ES UNA ENFERMEDAD

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