miércoles, 28 de noviembre de 2007

Todos los caminos conducen a Roma





El raro ejemplar




Había vuelto a mi hogar. El trigo, la vid, las hermosas cumbres a lo lejos y el frescor de la caída del verano me daban la bienvenida. Mi madre me esperaba reposando mientras conversaba con mi padre, ambos no paraban de preocuparse por su único hijo varón. Los cascos de mi yegua marcaban el ritmo de mis latidos y el sol acariciaba mi rostro. Mi esclavo caminaba a mi lado con la cabeza gacha, sus manos estaban atadas a una cuerda de donde lo tiraba. Dieciocho años como poco, veinte a lo sumo, era la edad que tenía quien me serviría como a un dios del Olimpo. Mi madre se apresuró a mi encuentro y miró al desdichado con desprecio, además de repulsión por sus ropas ajadas y sucias. Mi padre simplemente esperó a que me bajara y caminara hacia él, le estreché la mano y con la sobrante me apoyé en sus hombros.

-Autronius, hijo has regresado a esta tu casa.-Dijo conteniendo la emoción en su rostro. Era un guerrero, espléndido además.-Tu madre rezaba a los dioses por ti en cada instante, sobretodo a Ares para que diera fuerza a tu espada y a Hermes para que fueras veloz con el caballo en medio de combate.-Comentó clavando su mirada en mí.-Pareces más hombre de cuando te fuiste, mucho más, ha pasado dos años y has regresado para cumplir tu compromiso.-Susurró.-Tu futura esposa te espera con tus hermanas Minerva y Eutasia.-Dijo ampliando su sonrisa.-¿Y ese bastardo?-Preguntó señalando a mi sirviente.

-Amilcar-Respondí.-Lo tomé como pieza de guerra, un trofeo, me ayudará en mi nueva vida junto a mi esposa.-Comenté tirando de él.-Saluda al padre de tu señor, a él también tendrás que obedecer.-Sin embargo no dijo nada, quedó callado y miró al suelo.-Maldito animal de carga, ¡inclínate ante tus amos!-Rugí jalando de él para hacerlo caer.-Aprenderás modales y la lengua, ya lo verás maldito carpintero.-Gruñí sin levantar demasiado el tono de voz.

-Autronius.-Era su voz, la voz de la que sería mi mujer. Ella estaba radiante, sin embargo jamás me atrajo y tan sólo lograba dejarme llevar ante sus halagos. No pensé en ella ni un instante en la guerra, ni siquiera cuando cruzaba el campo con los frutos casi maduros. Pero allí estaba ella radiante por la felicidad de ver a su hombre llegar.

-Eudoxia.-Dije inclinándome levemente.-Mi amada, jamás pude olvidar tu sonrisa y aquí la tengo ante mí.-Murmuré dejando a un lado a mi nueva mascota y me abracé a ella.-Deseaba volver, os echaba de menos y quería desposarme para vivir una vida de paz.-Las mentiras siempre se me dieron bien, si hubiera sido un pobre diablo seguramente sería actor.

-Jóvenes, no debemos de perder los modales porque es la hora del almuerzo.-Comentó mi madre.-Hoy hay unos conejos que cazó tu padre Autronius, deberías haberlo visto tan grandioso por su hazaña.-Dijo risueña. Sin embargo algo me preocupaba, no veía a mi prometida como a la madre de mis hijos y poco o nada deseaba saber de lo que podía regalarme en su compañía.

-Así es, los cacé con unas flechas certeras.-Dijo mientras apoyaba su mano en mi espalda.-Deja a tu esposa que se recupere de la dicha, mañana será un día memorable porque será vuestra boda. Nada más saber que arribabas a puesto pedí que se preparara la ceremonia.-Aquello me heló la sangre y giré mi cabeza para ver cómo estaba mi trofeo. Él estaba sentado en el suelo de rodillas mientras lloraba, había perdido toda su dignidad ante alguien no conocía ni reconocía como amo de su propia vida. Otro de mis esclavos, el más viejo, lo tomó y lo acompañó hacia la choza donde descansaban de la jornada de campo.

Cuando me hallaba ante el agua fresca y luego ante las viandas comencé a sudar frío. Temía el futuro, ese futuro cercano que cercenaba mi cabeza. Eudoxia se veía pletórica y yo, yo simplemente quería huir. Era un matrimonio concertado, nada de amor y mucho menos pasión o atracción. Me quedé pegado al asiento mientras contemplaba a todos brindar por el día siguiente y yo no podía probar bocado. El día se me hizo interminable y mi esposa ya dormía en la casa que teníamos preparada, de allí saldría su comitiva, hasta el pequeño rincón engalanado, para que el siervo de Zeus diera sus bendiciones.

La noche no fue muy distinta, mis hermanas pedían que comentara cómo mataba a mis víctimas. El aroma a sangre no se iba de mis conductas respiratorias, el sabor del vino era la vida derramada de cientos y mis manos eran las de un asesino. Sin embargo, era el asesino de Roma, el hijo de Roma y por Roma había conquistado una tierra de luz y magia. Las zonas boscosas, las playas arenosas cercanas a las montañas y la maravilla de tierras de cultivo que podían germinar allí deslumbraban. No íbamos a culturizar la tierra, ni a hacerla más confortable, sino a saquearla como bárbaros destructores. Si bien en ese momento lo veía como algo necesario y para nada cruel, ahora lo veo con otros ojos y me escandalizo de mis pasados ideales.

Al final de la cena arrojaron a mis pies a mi nuevo juguete. Lo observé detenidamente con sus cabellos sueltos y ensortijados, su piel morena curtida por el sol de aquellas aldeas y sus labios gruesos junto a sus facciones bien moldeadas. Era un raro ejemplar, pero no el único. En su patria había otros como él, si bien tenía algo que me encandilaba, fiereza, demasiada para un simple artesano. Sus ojos negros se clavaron en los míos y yo sonreí, deseaba matarme, si bien sabía que él también moriría antes de tocarme. Sus brazos eran algo robustos, su torso bien marcado que se podía fantasear gracias a las gasas blancas que vestía. Limpio, sin hedor a animal y a sus propias heces, parecía otro bien distinto. Estaba de rodillas y mi mujer aplaudió mi buen gusto. Comentó después al rato que debía domesticarlo para que fuera nuestro guardián.

-Amilcar ¿has oído? Te quieren de protector de mis bienes.-Reí.-Pero antes te pondré a prueba a diario, si lo haces bien vivirás y sino podré matarte sin remordimiento de conciencia.-Dije elevando su mentón para salir luego al aire fresco de la noche. Lo dejé allí mientras lo observaban como si fuera un maldito caballo.

Se retiraron al rato y él estaba recostado sobre la alfombra de piel de lobo. Lloraba mientras sus grilletes se arrastraban por el mosaico al Dios Baco.

-Levántate.-Era una orden con poderío y ni movió un músculo.-Maldito zángano.-Murmuré.-Debes aprender al menos las órdenes.-Comenté posándome ante él para arrancarlo de las pieles. Su mirada me desmoronó entonces, iba a gritarle pero no pudo. Su rostro bañado en lágrimas me hicieron sentirme culpable.-Vas a conocer la primera lección.-Dije agarrándolo con fuerza mientras lo empujaba hasta mi alcoba.

Allí lo arrojé a mi cama y levanté su túnica para luego sin ningún pudor tomé aceite, lo unté en mi miembro y comencé a penetrarlo. No gritó, no suplicó y tan sólo se agarró al colchón de alfalfa. Mis movimientos eran rápidos mientras azotaba sus nalgas o tiraba de sus cabellos. Cuando dejé que mi esencia se vertiera en su interior me alejé. Sus ropas estaban rotas, su cuerpo magullado y su trasero sangraba mientras me miraba como si no comprendiera porqué de tanto sufrimiento.

-Cuando sepas obedecer te dejaré tranquilo.-Dije tirándole del cabello para bajarlo del camastro y sacarlo fuera de mi cama. Dos de mis esclavos se lo llevaron lejos de mi vista. Una hora más tarde pude conciliar el sueño sintiéndome pletórico por mi hazaña.

























CONTINUARÁ

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