Suenan los clarines, las cornetas y los tambores del Juicio Final. Resuenan en los tímpanos de todos los guerreros allí citados. Los cielos se vuelven turbios, las nubes engalanan todo ocultando el sol, y la tierra tiembla para quebrarse bajo los pies de los presentes. En el centro se encuentra un joven de cabellos extraños, mirada felina y rostro aniñado que porta una espada mítica. Tan sólo se forjan una cada mil años y se reparten entre los demonios de primer nivel. Es el hijo de Lucifer y muestra su rostro más angelical mientras grita a su pelotón que den la vida por los infiernos. Los escudos, los alaridos y los cánticos de gloria a Satán se prolongan por toda una hilera. Los pentagramas brillan en sus frentes, las ropas claras contrastan con la oscuridad de sus auras junto con sus miradas de llamaradas incendiarias.
“Dad todo lo que podáis, sois los hombres de mi padre y enorgulleceros de aniquilar la luz. Esa luz que nos suplica clemencia, esa que una vez nos condenaron y estafaron a todos sus fieles. Dios no es bondad, dios son falacias.”
Gritó dejando que sus cabellos se esparcieran por el viento, montó en uno de los caballos del Apocalipsis y desafió a los arcanos que allí plegaban sus alas. Los cetros se alzaban en su contra, las palabras de gloria al padre y al hijo retumbaban, los ojos claros lleno de furia se clavaba como dardos envenados y los conjuros comenzaron a formularse.
“Padre que todo lo ve, que todo lamenta y clama libertad. Padre de la ira, la lujuria, la pasión y creador de tantas leyendas. Sé bueno con tus vástagos, danos el poder para librar esta batalla y que corra por mis manos, manchando todo el valle, con la sangre de los hijos de Yahvé.”
En el lado contrario oraban, alzaban las espadas y corrían hacia los demonios. Lucius alzó la mirada y contempló a aquellos infelices. Uno de los jefes se posicionó al lado del joven y lo observó con una sonrisa en sus labios.
“Ya no eres un niño, has madurado. Eres la viva imagen de tu padre, estaría orgulloso de ti. Sin embargo no luchará, puesto que Dios no se ha dignado a aparecer y mucho menos lo hará él.” Susurró dejando que sus palabras surcaran el viento.
“Tan sólo quiero limpiar el nombre de mi padre, ha sido manchado en demasiadas ocasiones y esta vez ha rozado mi paciencia. Tengo mil años, soy demasiado inmaduro, pero ya que mi hermano no puede unirse a mí yo guiaré este ejército hasta la victoria.”
El caballo relinchó y comenzó el baño de sangre. Salpicaban gotas carmín sus ropas, su mente todopoderosa hacía estallar a los ángeles de categorías inferiores y caer de las monturas a los más vetustos. Gritaba, jadeaba y lloraba ante aquella matanza; sin embargo no era la primera vez. Cuando todo cesó el cielo se despejó y una mariposa azul surcó el cielo tintándolo todo con un color lleno de libertad. El infierno ganó al cielo, si bien había cientos de demonios empalados en estacas y otros tantos ángeles con su cuerpo corrupto sobre la verde hierba. Nadie había vencido realmente, pero al menos el nombre de Lucifer esta vez sí fue lavado de toda injuria.
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